viernes, 17 de febrero de 2023

La imparable degradación educativa

 

                 INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA                

No somos nostálgicos de nada. Y menos, de los cuarenta años de cruel dictadura franquista cuyos coletazos sufrimos algunos. Tampoco afirmaremos jamás que todo tiempo pasado fue mejor. Pero sí que España perdió una oportunidad de oro -tras la caída de la dictadura- para haber blindado la construcción de una educación pública de calidad. Se optó, por el contrario, por una feria de apariencias, cálculos electoralistas y mediocridad. Todo derivó en frivolidad, vanidad, ignorancia y estupidez, las características que hoy definen nuestro presente, y no sólo en educación.

Una vez, la educación, la escuela, fue para muchos la única ventana abierta a un mundo desconocido, al saber, a los ideales, a las distintas culturas que iluminaban el pobre desierto en el que muchos vivíamos. A pesar de sus luces y de sus sombras era una escuela que nos hacía mejores, que nos exigía, que nos orientaba en nuevos valores más allá del adoctrinamiento en el que nacimos. En la actualidad, por el contrario, la escuela ha sido arrinconada por otra ventana más poderosa, más hipnótica, menos exigente, que, en vez de guiarnos, nos desconcierta, nos miente, nos desinforma, a la vez que nos atrapa en sus redes y algoritmos. La escuela que conocimos algunos de niños ha muerto, y bien muerta está en algunos de sus peores aspectos. Pero también ha muerto como instrumento de conocimiento, esfuerzo y transmisora de valores modernos.

Hoy día ya no podemos esperar de la educación, de la escuela, ese afán regeneracionista que proclamaban nuestros mejores intelectuales de finales del s. XIX y principios del s. XX (Giner de los Ríos, Joaquín Costa o Miguel de Unamuno, entre otros muchos) y que alumbró la creación de la Institución Libre de Enseñanza, con el fin de sacar a España del ostracismo, la miseria, el analfabetismo y la ignorancia. Una institución creada en 1876 por un grupo de catedráticos separados de la universidad de Madrid por "defender la libertad de cátedra y negarse a ajustar sus enseñanzas a cualquier dogma oficial en materia religiosa, política o moral". ¡Qué falta nos haría ese espíritu de independencia y criterio ante el triste panorama religioso, político y moral que sufrimos en la actualidad!

Desde 1939, cuando la dictadura franquista la disuelve, la educación en España no ha hecho otra cosa que ser un triste remedo de los rancios y caducos principios de la religión católica durante los años más tristes de la posguerra, o el resultado infame de las componendas mediocres de tantos políticos demócratas a partir de 1978. De este modo, durante más de ochenta años, la educación española ha ido devaluándose de manera inexorable, convertida, por unos y por otros, en mero adoctrinamiento religioso, político o moral, y en una desconcertante continuidad que iguala a los voceros del "dios, patria y rey" con los del "pan y circo". Claro que hemos mejorado en estos ochenta años, cómo no, pero la comparación no debería realizarse con lo que hoy somos, sino con lo que hubiéramos podido ser si las cosas se hubieran hecho medianamente bien.

Sí, ya sabemos que algunos de ustedes dirán que somos unos exagerados. Quizás. Pero si repasan las 356 entradas de este blog, a lo largo de más de 10 años, sabrán que no estamos hablando de opiniones sesgadas, ni personal ni políticamente, sino de informaciones y hechos contrastados. Para muestra un botón: la situación actual de Cataluña puede ser un ejemplo -aplicable también a otras CCAA- de este naufragio colectivo y ha sido bien descrita recientemente por Jordi Martí en su blog de Xarxatic. Con lo que fue Cataluña para muchos de los que empezábamos en la docencia allá por la década de los 80, modelo de investigación e innovación pedagógica, semillero de grupos de renovación pedagógica, red de escuelas progresistas, y espíritu de apertura al resto de España y de Europa..., y en lo que la han convertido hoy, un sistema mediocre, cerrado y corrupto. Pero la deriva educativa es general, de país, no sólo este desgraciado producto del delirio nacionalista de unos sinvergüenzas. Y es que, sólo países con una fuerte vocación pública de fortalecer sus sistemas educativos pueden hacer frente a esta marea de devaluación, mediocridad y frivolidad que nos invade. Y nuestro país, desgraciadamente, no ha sido uno de ellos. 

Una marea que afecta a toda la ciudadanía, no sólo a los políticos. Afecta también al profesorado, al alumnado y a sus familias. La escuela ha dejado de ser un instrumento regeneracionista, una ventana para conocer el mundo que nos rodea y poder mejorarlo, para formar críticamente a las nuevas generaciones en un mundo complejo y cambiante, y ha pasado a ser un espacio aburrido de custodia y entretenimiento consentido. Y eso tiene poco futuro. Ninguno. La misión encomendada a la escuela ha cambiado. Ocho leyes educativas lo han certificado. Por eso ya no se necesitan docentes vocacionales ni bien formados, por eso ya no se tienen que mejorar las condiciones materiales de los centros, por eso ya no hace falta aumentar la inversión en educación, por eso no se respeta la libertad de cátedra ni se estimula la participación de las comunidades escolares en su gestión. Ya no se trata de enseñar, de educar, sino de custodiar y entretener a los jóvenes, sino de ser cómplices de esa moratoria social en que se ha convertido no sólo a la adolescencia sino también a la juventud. Se persigue una "minoría de edad perpetua", un infantilismo bobalicón, que será el caldo de cultivo del nuevo analfabetismo del s. XXI.

Custodia y entretenimiento. La última ley educativa, la LOMLOE, basada en dos leyes anteriores del PSOE que cosecharon un notable fracaso -la LOGSE y la LOE- es la última muestra palpable de la actual degradación educativa. El problema esencial de esta ley es que, como las anteriores, no afronta de verdad los problemas del sistema educativo, sino que sólo aspira a taparlos. Por este camino, la escuela, como institución moderna, tiene los días contados, porque una vez "ensayado" con éxito el confinamiento, la tele-enseñanza y el teletrabajo, pronto dejará de tener sentido una institución colectiva y presencial para enseñar a los invididuos. Las personas serán más manejables por separado y desprovistas de lazos reales -que no virtuales- con la realidad social y laboral. La mano de obra será más barata y menos cualificada, los entes empresariales serán más difusos, la línea divisoria entre la vida personal y laboral desaparecerá, el "mercado" no tendrá contrapesos e impondrá su principio del máximo beneficio al menor coste. Esto no es futuro, es ya presente. Y no habrá ninguna institución "moderna" que contrarreste al neocapitalismo fluido sin control al que nos encaminamos, sólo habrá ruido y farfolla en las redes sociales con apariencia de democracia e igualdad pero al mando de sólo unos pocos. Los algoritmos decidirán por nosotros y nos dirán lo que queremos oir, lo que debemos comprar y, más adelante, lo que debemos votar. No es futuro, es ya presente.

Sí, parece una distopía, pero sin zombis. Aunque es bastante probable que en el futuro esos zombis sean nuestros propios hijos y nietos, esa carne de cañón mal formada y barata que quedará a merced de cuatro listos. Quizás haya tiempo de reaccionar. Quizás no. El tiempo de la vida humana es tan corto que no nos damos cuenta de los cambios sociales mientras ocurren. Recordemos que los malos sólo vencen cuando los buenos no hacen nada. Y si no, vean, vean... Vean el futuroooooo...


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