domingo, 28 de noviembre de 2021

Cómo querríamos morir

 

"Hay veces en que el alma se quiebra como un vaso, y antes de que se rompa y muera (porque las cosas mueren también) llénalo de agua y bebe".

(El vaso quebrado. Francisco Brines. Antología Poética. Ed. Alianza, 2020)

 

                      INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA                     

La existencia del Síndrome de Stendhal, esto es, las alteraciones psicosomáticas que puede sufrir una persona ante la contemplación de una abrumadora belleza, aún presenta dudas científicas pero, desde un punto de vista poético, nos invita a pensar en la posibilidad de una muerte paradójica, aquella que se presenta ante la presencia, no de lo cruel ni de lo trágico, sino de lo más bello. Si tuviéramos que elegir, no cabe duda, que preferiríamos esta última opción. 

Pero, descendiendo a la tierra, la cuestión que nos asalta es si deberíamos preocuparnos tanto de vivir bien, como de bien morir. Decimos esto porque la mayor cantidad de nuestras energías a lo largo de la vida se orientan a atesorar el mayor "bienestar" posible para uno mismo y/o su familia, algo que en nuestra sociedad se identifica, erróneamente, con una mayor capacidad de consumo, posesión y gasto -y desechos. Pero no invertimos nada en procurarnos una "buena" muerte, una muerte feliz, como mucho sólo cuidamos la impostura de preparar un buen entierro y/o una buena tumba una vez fallecidos, de ahí el éxito de los seguros de decesos. Una estupidez, si tenemos en cuenta que nunca seremos testigos del luctuoso evento, un ejercicio de vanidad póstuma.

El bien morir, la buena muerte, no es garantizarse un buen entierro, por el contrario, si tuviéramos que anticiparla o prepararla, vendría de la mano, en nuestra opinión, de poder hacerlo rodeados de paz, de belleza y de bondad. Y no decimos de felicidad, de amor -o, incluso de honor- pero también, sobre todo si la entendemos como llegar al momento final de nuestra vida con el alma tranquila -animula, vagula, blandula- con los "deberes hechos", con el vaso lleno, a ser posible rodeados de las personas que queremos y que nos quieren y sin sufrir dolor; y, si estamos solos, acompañados por profesionales específicamente preparados.

Lo que decimos, evidentemente, no tiene nada que ver con la cuestión de eutanasia sí o eutanasia no. En esta torpe España virtual de sólo dos opciones simples para cualquier tema complejo, buenos o malos, azules o rojos, tontos o bobos, se desvirtua la posibilidad de cualquier debate sosegado. Entendemos que el derecho, si existe, no es a morir cuando uno quiera, antes o después, lento o rápido, sino a morir bien, esto es, entender la muerte como una extensión del derecho a una vida digna y, por tanto, a morir dignamente. Y la dignidad no puede entenderse de manera reduccionista -y barata- como facilitar la muerte a una persona impedida que sufre, sino de manera mucho más amplia, como lo hemos descrito en el párrafo anterior: morir de la manera que cada uno crea más acorde con su vida, con sus deseos.

Incluso, añadiríamos, morir con humor, con alegría y con risas, aunque parezca un contrasentido. Lo hemos visto en una entrada anterior. Y es que, si es posible, no sólo debemos entrar en la muerte con los ojos abiertos -como Adriano- sino, también, con la sonrisa ancha -a la memoria de Víctor Jara-. Aunque sea con alguna ayudita no contemplada todavía por la Seguridad Social, como relata en su epitafio el finado de aquí abajo. 

 


Terminamos las entradas de este mes de noviembre, tan propicio a las reflexiones sobre la muerte, mirando de frente a la temida parca. Justo en contraposición al esfuerzo titánico por ocultarla y negarla que sostiene esta sociedad infantilizada e hipócrita que nos rodea. Y hemos ido, incluso, más allá, al defender que es, también, misión de la Educación, tanto de la formal en las escuelas como de la informal en las familias, el saber afrontarla con los más jóvenes desde un punto de vista psicopedagógico y curricular. 

Una sociedad, una educación, que oculta los problemas y que esconde las cuestiones nucleares que definen y zarandean la vida humana, está destinada al fracaso y la inanidad, será incapaz de resolver los retos del presente y estará desarmada ante los enigmas que nos reserva el futuro. Mientras tanto, quizás abrumados de melancolía -o de saudade- en este frío noviembre que se muere, les invitamos a disfrutar de su expresión artística más definitiva: el fado portugués. Esta vez a cargo de las más grande señora del fado, la inolvidable Amália Rodrigues. Les dejamos con Lágrima

 

                       

miércoles, 24 de noviembre de 2021

La Muerte en las Artes

"A oscuras está el mundo, y escucha su porción: el sordo movimiento profundo de la mar; o su totalidad: el universo que finge en las alturas claras luces".

(Noche. Francisco Brines. Antología Poética. Ed. Alianza, 2020)


                      INCOMPETENCIA CULTURAL Y ARTÍSTICA                     

Con el fin de contribuir al derribo de la imbecilidad norteamericana de Halloween, así como acabar con las representaciones bobaliconas de calabazas y disfraces de zombies, propios de películas de terror de serie B, que se extienden por nuestro país, hablar de la muerte también supone ampliar nuestros conocimientos sobre las Artes y la Cultura en general. Por ejemplo, de cómo la pintura o la música, a lo largo de la historia, la han venido representando e interpretando. Ahí van algunas muestras nada bobaliconas.

Por votación realizada por los lectores de la página de JotDown, ésta de más abajo sería la pintura -por cierto, desaparecida, de ahí que sólo nos quede su fotografía- que mejor la representa: Cementerio de Monasterio en la nieve, de Caspar David Friedrich.

Y, en segundo lugar, Las Edades y la Muerte, de Hans Baldung, obra que puede admirarse en nuestro Museo del Prado:

        
 
Aunque, bien es verdad, hay otros muchos ejemplos que, a pesar de no ser los más votados en esta lista, podemos considerarlos como excelentes representaciones pictóricas de distintas formas de ver la Muerte. Ahí están, por ejemplo, Muerte y Vida de Gustav Klimt o La Muerte en un caballo pálido del grabador Gustavo Doré.
 
 
 
Por lo que respecta a la música, y haciendo referencia de nuevo a la votación realizada en la página de JotDown, la canción que mejor representaría a la muerte vendría de la mano del heavy metal -cómo no- concretamente del grupo Metallica, y sería su canción titulada Fade to Black (algo así como Fundido a Negro):

                         

En segundo lugar estaría la canción de Eric Clapton "Tears in Heaven" (Lágrimas en el Cielo), compuesta a la memoria de su hijo fallecido a la edad de cuatro años:

 

                          

También existen otras canciones que pueden resultarles atractivas, como la del grupo Queen, Another One Bites the Dust (algo así como Otro que Muerde el Polvo), o Frank Sinatra con su I´m Gonna Live Until I Die (Voy a vivir hasta que muera) haciendo bueno el aforismo del sacerdote jesuíta Xavier Albó de que "más vale morir viviendo que vivir muriendo".

Por lo que respecta a la representación de la muerte en la música clásica, que también tiene sus seguidores, podríamos destacar un conjunto de obras, entre las que destacaríamos aquí dos por los consabidos problemas de espacio: el motete de Cristóbal de Morales titulado Parce Mihi Domine (Perdóname Señor).


                          

 O también, la pieza In Paradisum, del Requiem de Gabriel Fauré,

 

                      

 

Válgannos estos pocos ejemplos para contrarrestar la estupidización de la muerte representada por esas fiestas infantiloides que importamos de culturas, además, ajenas a la nuestra, sin tomarnos un minuto siquiera para pararnos a pensar y, a continuación, erradicarlas para siempre de nuestro repertorio de ocio y, de paso, de las escuelas e institutos de nuestro país. ¡Muerte a Halloween! y, de paso, también a la imbecilidad comercial norteamericana del Black Friday.


domingo, 21 de noviembre de 2021

Cómo hablar de la muerte a los más jóvenes

"Despedirme del mundo, con la dicha que suspende los ojos del amante, fuera gracia mayor que haber nacido".

(Por un incumplimiento del presagio. Francisco Brines. Antología poética. Ed. Alianza, 2020)


                   INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA                  

Es evidente, si han leído las entradas de este mes, que defendemos que debe hablarse con los niños y jóvenes acerca de la muerte, la muerte de los seres vivos, y su propia muerte. Y que, lejos de provocarles miedo o inseguridad, puede hacerse de manera honesta y positiva. Es conveniente saber que, ya desde los 2 y 3 años, los niños y niñas se preguntan acerca de la muerte con bastante naturalidad. Eso sí, lo que suelen ser menos naturales son las respuestas que reciben de los adultos o sus azorados silencios.

Ahora bien, ¿cómo deberíamos afrontar esta conversación con nuestros hijos, o con nuestros alumnos? Ahí está la clave. Aparte de las creencias -religiosas o no- de cada familia, es necesario aconsejar la intervención de los adultos desde un punto de vista psicopedagógico, con el fin de establecer, sin mentiras ni cataplasmas ni mitologías, una conversación adaptada a sus edades y a sus interrogantes. 

En primer lugar, lo más fácil será partir de sus propias preguntas acerca de la muerte de los seres vivos y de su propia muerte, y que sean ellos mismos quienes orienten la conversación, guiando al adulto en sus posibles respuestas: escuchar sus explicaciones, sus miedos -si los tienen-, su posición personal ante un hecho incontrovertible del ciclo vital, sus dudas y su curiosidad. Es evidente que dichas preguntas estarán relacionadas con su edad y su experiencia vital, de ahí que antes de conversar debamos saber cuáles son sus características psicoevolutivas y el contexto socio-familiar.

En segundo lugar debe responderse siempre con sinceridad, incluso para contestar, a veces, que no lo sabemos todo. Si bien las familias pueden responder según sus propias creencias, no siempre las explicaciones sobre la existencia del más allá, del cielo que sea, son las más acertadas para despejar sus dudas o temores de acuerdo con su edad. En cualquier caso, en el ámbito escolar, máxime si hablamos de la educación pública, debe facilitarse una información, incluso sobre distintas creencias, lo más objetiva y honesta posible. 

En tercer lugar, debemos tener en cuenta que, en la actualidad, cualquier niño o adolescente ha sido testigo de un número amplio de "muertes" simuladas, tanto en cine, como en cuentos, juegos virtuales o internet, por tanto, su visión sobre la muerte puede estar deformada por esta sobreexposición continuada, y en ocasiones, obscena, de la muerte, muchas veces acompañada de dosis intolerables de violencia. Por tanto, debemos estar preparados para separar lo imaginario de lo real, animando a una reflexión sobre este hecho cuanto más edad y expuesto se halle el joven. En este sentido, quizás la conversación -o la clase- gire más sobre la eliminación de concepciones erróneas presentes en los niños, o en evitar deformaciones de la realidad, que en añadir más información al respecto.

No hay mucho material didáctico interesante y disponible para esta tarea, pero algo hay. Por ejemplo, el elaborado por Pilar Feijoo y Ana Belén Pardo, publicado en la revista Tarbiya de la UAM, en 2017, titulado "Muerte y Educación", es más que recomendable. En cualquier caso, no se trata de sermonear, ni de vender humo, sino de trabajar en la práctica con materiales, concepciones y actividades que respondan a sus preguntas y amplíen, a su vez, su perspectiva personal con nueva información y nuevas preguntas.

Todos vamos a morir. La mayoría no sabemos ni cuándo. ¿Deberíamos engañar a nuestros hijos y alumnos y no contarles esta innegable verdad. ¿Deberíamos soslayarla y dejarla en el limbo del conocimiento, no sea que los deprimamos, les causemos una tristeza infinita o se suiciden antes de lo previsto? ¿Hablar de la muerte convoca la tragedia humana o, por el contrario, ensalza y dignifica la vida? 

Vivir hasta morir, ahí les dejamos una preciosa, emotiva y esperanzadora charla TED de Matías Najún, médico especialista en cuidados paliativos, que alumbra y acompaña los últimos momentos de sus pacientes. No se la pierdan.                                      


                      

sábado, 13 de noviembre de 2021

Morir riendo. ¿Imposible?

"Hoy se apaga la tarde con lentitud, se acerca hasta el vacío; y el día que se acaba ha sido muy hermoso".

(Un aire en la terraza. Francisco Brines. Antología Poética. Alianza Ed., 2020)

 

                   INCOMPETENCIA CULTURAL Y ARTÍSTICA                  

No se trata de morir de risa. Eso es otra cosa. Se trata de saber que una de las cuestiones más difíciles de lograr es llegar a la muerte con cierto sentido del humor; negro, si Vds. quieren. Lo que parece todo un contrasentido en estos infantiloides tiempos. Pero no lo es si nos paramos a pensar en serio. Y no lo decimos porque los mejores chistes sean los que se cuentan en un velatorio o en un funeral, sino por lo que supone de madurez y aceptación, que el próximo fiambre mantenga el sentido del humor hasta el final. Tener una buena muerte, una muerte alegre, casi un oxímoron. Al menos, una "buena muerte", cuya mejor expresión es la que supieron tallar magistralmente los imagineros del barroco sevillano del s. XVII. Una muerte tranquila y en paz. Qué envidia poder morir así.

En la charla TED de la entrada anterior, Montse Esquerda nos contaba cómo algunos de sus estudiantes pensaban que lo más difícil para ellos sería mantener el sentido del humor hasta el final de la vida, porque, decían, la muerte es algo serio, no es para tomársela a broma, sobre todo la de uno mismo. Un pensamiento muy en consonancia con la visión de la muerte que tiene una sociedad que la arrincona, la oculta y la desprecia. Pero, claro, esto sólo es posible cuando se unen la aceptación de lo natural e inevitable con una sensación de llegar al final de la vida con los deberes hechos o, al menos, con los ojos abiertos, cada uno satisfecho de haber sido quién es y pudiendo despedirse de sus seres queridos, de sus objetos, de sus recuerdos. 

Sin embargo, cuando nos hemos pasado toda la vida huyendo de la parca, negándola, sintiéndonos tontamente inmortales, no hemos tenido tiempo ni ganas para cerrar cuentas, para priorizar lo importante, para valorar lo que tenemos en vez de ansiar lo que no poseemos y, entonces, la muerte se nos anuncia como un castigo, como una maldición, siempre inoportuna, y, así, suele reaccionarse con ira, con desconcierto, sintiendo un sentimiento inmenso de pérdida. Incluso, en nuestra cultura, suelen ser los propios familiares los que tratan de engañar, si pueden, al condenado sobre su situación, impidiéndole -para siempre- el poder administrar su propia muerte, con su propia voz, impidiéndole la previsible despedida, la rendición de cuentas, acaso restituir el perdón pendiente... Y así se van de la vida por la puerta falsa, la de la ignorancia, la de la vergüenza, la del olvido.

Y es que, una vida plena, sólo lo es, cuando se sabe y se siente finita y esta cuestión es merecedora de enseñarse en las escuelas e institutos. Carpe Diem, (aprovecha el tiempo, no lo malgastes), con esta locución latina arengaba a sus alumnos el profesor John Keating en la conocida película "El Club de los Poetas Muertos", llevándolos a contemplar la vitrina de los trofeos deportivos del centro, donde la mayoría de los integrantes de los equipos ya estaban "criando malvas". Los situaba, el primer día de clase, frente a la finitud de la vida de los que fueron como ellos, antes que ellos; frente a una muerte cierta, su muerte, para animarlos, así, a vivir una vida plena, perseguir las metas personales y no tirarlas por la borda.

Quizás, además, una buena muerte, una muerte con sentido del humor acompañando la inevitable pena del adiós, tenga también que ver con la personalidad del que muere, de cómo entiende la vida, de cómo entiende su muerte, de cómo evalúa su existencia. Eso es lo les adjuntamos en los dos vídeos que les proponemos a continuación. En el primero, una chispa de humor negro, preparada para su funeral por el propio muerto, tras una larga y penosa enfermedad. En el segundo, una charla emotiva de Sebastián Corona sobre la muerte de su mujer María Vázquez. Dos ejemplos maravillosos de cómo entrar en la muerte con los ojos abiertos... y la sonrisa ancha. No se la pierdan.

Finalmente, les recordamos la escena de la película citada, El Club de los Poetas Muertos.


                           

jueves, 11 de noviembre de 2021

La muerte en la Escuela: un silencio estruendoso

"¡Ay, que larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero".

Vivo sin vivir en mí. Santa Teresa de Jesús (1515-1582)

 

"Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida".

(Cancionero y romancero de ausencias. Miguel Hernández. Obra Poética Completa. Ed. Zero, 1976)

 

                     INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA                    

No, no se trata de hablar de los asesinatos habituales cometidos por majaras armados en los centros educativos de EEUU, ni siquiera de la "muerte a pellizcos" que supone para muchos docentes "aguantar" -que no enseñar- en algunas aulas y a determinados jóvenes, por ejemplo, un viernes a última hora. No, se trata de algo más serio: se trata de explicarnos una desaparición. Sí, una desaparición, la de la Muerte en el currículo escolar. Es curioso que el hecho quizás más irrefutable de la existencia humana, -y, en general, de toda existencia vital- esto es, que todos, absolutamente todos los seres vivos de este mundo van a morir sin remedio en un horizonte temporal, indefinido para cada cual, pero generacionalmente limitado en nuestra especie a los 80-100 años como máximo, esta certeza inamovible, la más clara de nuestra existencia, esté, prácticamente, desaparecida en la Escuela. ¿No creemos necesario eso de "Educar para bien morir", ni tan siquiera "educar para afrontar la dolorosa o inesperada muerte de otros, ya sean animales domésticos, compañeros o familiares? Pues parece que no.

Y es que, con la Muerte en la Escuela, pasa algo así como con el Sexo y el Amor, cada uno se tiene que "buscar la vida" como puede. O bien, en un pase de magia magistral, se le suele endosar el marrón a las familias. Y estas, a su vez, suelen mirar para otro lado, balbucear cualquier tontería o callarse mientras pueden. En esta sociedad mojigata en la que vivimos, los temas humanos más trascendentales se declaran materia propia de autodidactas o se dejan en manos de iletrados sin título ni conocimientos: amigos, padres, familiares, redes sociales... Porque, en los centros educativos, los docentes han aprendido que "escurrir el bulto" en estos temas es garantía de supervivencia profesional y evitación de conflictos. Por eso, cuando surge una necesidad educativa y social de este naturaleza tan resbaladiza, se le suele asignar a los tutores u orientadores. Como si el resto del profesorado no tuviera nada que ver con el asunto. ¡Qué jeta tiene el personal! Así está el patio. Tuya-mía y la casa sin barrer.

Esto explica que existan muy pocas referencias explícitas en el currículo escolar y, aún menos, propuestas didácticas serias para afrontar pedagógicamente la Muerte en la Escuela. Y constituyen un porcentaje testimonial los docentes que las llevan a la práctica (menos del 10%). Pero, si les preguntamos a los interesados, a las familias, a la sociedad en su conjunto, sobre la necesidad de abordar de manera clara y serena estos temas en el currículo escolar, desde la educación infantil hasta la secundaria, seguro que pedirían que alguien les echara una mano. Eso sí, en estos temas, y también con respecto a la Muerte, topamos con las creencias religiosas y los estereotipos sociales. Pero no se trata de invadir campos ajenos o privados, sino de saber que la Educación -y sobre todo la educación pública- debe abordar con criterios psicopedagógicos la pérdida de cualquier vida, sea animal o humana, para ayudar al alumnado de cualquier edad a entenderla -lo que no es fácil- y a afrontarla sin miedo, a saber consolar y acompañar a los afligidos, a realizar el duelo necesario. Un abordaje psicopedagógico que dependerá, qué duda cabe, de la edad del niño o del adolescente, pero que debería ser insoslayable y complementario al que la familia tiene el deber/derecho de hacer con respecto a sus hijos.

¿Que es un asunto espinoso? Pues claro. ¿Y cuál de los grandes temas humanos no es espinoso? ¿Que requiere diálogo y acuerdo? Pues claro. ¿Y cuál no lo requiere? La Guerra, la Violencia, la Virtud, la Bondad, el Dolor, la Pobreza, la Salud, la Belleza, el Amor, la Maldad.. Si la Escuela elude su responsabilidad en estos temas, ¿de qué nos sirve? ¿De qué nos sirve un científico que "cosifica" la muerte de sus semejantes, o de los seres vivos? ¿Qué hacemos con un chaval que no distingue matar en un juego virtual de matar en la vida real? ¿Qué hacemos con el suicidio infantil y adolescente? ¿Qué hacemos con la eutanasia?

Ni siquiera la cruel mortalidad de la pandemia que aún padecemos ha motivado una revisión seria del currículo escolar en el tema de la Muerte, a pesar de la cantidad de pérdidas de seres queridos que han sufrido muchos alumnos, del desconsuelo de tantos, de la tristeza infinita esparcida por las familias, del miedo que nos sigue atenazando. Ni siquiera el aumento de depresiones y suicidios en niños y adolescentes ha encendido las alarmas de los responsables educativos en todos los niveles. ¿Hasta cuándo seguiremos mirando para otro lado? En este mes de noviembre, un mes muy apropiado para reflexionar sobre la Muerte que nos rodea -y la que nos espera-, deberíamos hacer una parada para pensar que la negación o la huida son dos mecanismos muy pobres para afrontar cualquier problema vital. Se trata de abrir los ojos. Al menos, como decía M. Yourcenar en las Memorias de Adriano, se trata de entrar en la muerte con los ojos abiertos, a una buena muerte. No en vano, el emperador Adriano era un enamorado de la cultura helena, una cultura que, al contrario de la occidental que siempre ha considerado la Muerte como un tabú, la integraba como algo natural y cíclico de la existencia: el alma inmortal.

Por otra parte, la riqueza cultural -literaria, filosófica, ritual,  histórica- ante la Muerte es enorme, ya que todas las sociedades humanas han tratado de responder durante siglos a las mismas preguntas esenciales. La Escuela, pues, en distintos niveles de aproximación, puede y debe darlas a conocer, como una forma de "abrir los ojos" ante lo que intentamos rechazar o negar. No se trata, pues, de ponernos tétricos en este noviembre preapocalíptico, sino de enfrentar la Vida y la Muerte sin miedos, con valentía, audacia y conocimiento. 

Les dejamos con una breve charla de Montse Esquerda donde aborda cómo hablar de la muerte nos ayuda a vivir mejor: valorar el presente, el consuelo, el acompañamiento en el duelo, la escucha ante el dolor y la pena, cómo romper el círculo de la soledad, cómo afrontar el miedo, cómo tener esperanza...


                      

lunes, 8 de noviembre de 2021

La Era Halloween

"No nos faltan recursos; nos falta saber si las aves volverán del sur cuando las llamemos"

(Tiempo variable. Carlos de Oliveira. Entre dos memorias. Ed. Calambur, 2009)


                     INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA                    

Hace años que Halloween entró en los centros escolares españoles con la bendición de profes y familias. Niños y jóvenes encantados -nunca mejor dicho- con celebrar otra fiesta más. Como si no tuviéramos ya bastantes: navidades, carnavales, semanas santas, ferias miles, romerías, patronos y fiestas de guardar. Cuando acabamos de salir de una, ya estamos preparando la siguiente. En muchas ciudades y pueblos, por ejemplo, YA es Navidad... hace tiempo. En el pasado, sólo el Corte Inglés, con sus campañas de consumo, se adelantaba a principios de diciembre con el clásico "Ya es Navidad en el Corte Inglés". Sin embargo, en los tiempos que corren, el Corte Inglés se ha quedado obsoleto. El alcalde socialista de Vigo -algo pasado de rosca-, anuncia, por todo lo alto, la iluminación de las fiestas navideñas, ¡a principios de agosto! Y en estas fechas de principios de noviembre, pueblos y ciudades se apresuran inaugurar la iluminación navideña. Una carrera hacia la estupidez, no sólo para estimular el consumo, sino para lanzar botes de humo sobre una realidad cada vez más sombría: paro, pandemia, apagones, falta de suministros...

Uno creería que el personal no se va a tragar tanta impostura, tanta mentira, pero parece que grandes capas de la población hacen suya esta especie de "huida hacia delante" para negar/escapar de la realidad. Las escuelas -y centros educativos en general- no resisten tampoco la marea, sino que se apuntan antes que nadie a instaurar fiestas y celebraciones que distraigan a profes, jóvenes y familias de sus "deberes". Unos "deberes" tan aburridos -enseñar, aprender, criar, educar...- que han de estar acompañados permanentemente de promesas lúdicas. Así que, como nuestras propias celebraciones no nos bastan, importamos otras extrañas y las hacemos propias en un ejercicio acrítico, imprudente y bobalicón. Halloween sin ir más lejos. Una fiesta anglosajona, más bien norteamericana, y poco extendida en el resto del mundo -incluso, en Australia y Nueva Zelanda no se celebra apenas-, los españoles la hacemos rápidamente nuestra sin pararnos a pensar siquiera. Porque de eso se trata, de pensar lo menos posible.

Porque si pensáramos algo, -creemos que, cuando menos, el profesorado debería hacerlo más a menudo- seguro que pondríamos muchos reparos a embarcar a tanto chiquillo y adolescente en una celebración tan idiota y alejada de nuestras costumbres y tradiciones mediterráneas. Y puestos a importar costumbres y tradiciones festivas de otras culturas -lo que ya sería de por sí una tontería en los tiempos que corren- para negar u olvidar las nuestras, qué menos que echar una ojeada más detenida a nuestro alrededor. Por ejemplo, en relación al Día de Difuntos, que en nuestra cultura está dedicado a rememorar con nostalgia a los que ya no están, a nuestros familiares y amigos ya desaparecidos, podríamos importar la forma en la que los mexicanos lo celebran. Sí, para ellos es una fiesta, pero una fiesta anclada en el recuerdo a sus muertos, y mucho más cercana a la nuestra que la bobalicona y comercial Halloween estadounidense.

Que nuestras escuelas e institutos deberían tener un papel, al menos, no seguidista de tanta tontería americana a nosotros nos parece lo mínimo a exigir, pero es evidente, que clamamos en este desierto consumista sólo al alcance de unos pocos. Afortunadamente, otros países cercanos, como Italia, Portugal o Francia no han caído de manera tan generalizada en esta estupidez. Otro motivo de envidia cultural que evidencia el buen criterio y la importancia que conceden a sus propias tradiciones y celebraciones.

En los tiempos que corren, en esta sociedad española infatilizada que sufrimos, en esta educación devualuada e insulsa que "disfrutamos", en esta Era de Halloween que padecemos -verdadero monumento a la imbecilidad-, no tiene cabida la muerte, ni la reflexión sobre ella, ni sobre los que nos abandonaron, ni sobre que nos segará a todos tarde o temprano. Una reflexión que debería tener también su lugar en el proceso educativo, como una de las más importantes cuestiones que afectan al ser humano, si no la que más. A cambio, lo que nos proponen es pensar lo menos posible en ella, negarla cuando nos rodea y olvidarla cuanto antes si la vemos. Eso sí, nos encantan las "películas de miedo", cada joven asiste a miles de asesinatos y muertes violentas a lo largo de su vida, pero somos incapaces de pensar un solo minuto sobre la muerte en serio. Como si así, negándola y celebrando fiestas, la ahuyentáramos de nuestras vidas. ¡Qué solemne idiotez! Nada, ¡viva Halloween!

Para contrarrestar toda esta bobada de calabazas y disfraces, les dejamos con una maravillosa canción sobre la muerte, "Mañana", intepretada por Silvia Pérez Cruz, con letra de Ana María Moix. Que la disfruten como adultos que somos.


                     

Y, desde la tradición mexicana, les dejamos con "Son de Difuntos", a cargo de la gran Lila Downs. Inigualable. Atención a la letra.