INCOMPETENCIA DE RAZONAMIENTO MATEMÁTICO
Estamos en plena semana de sesiones de evaluación. El profesorado, ya muy cansado al final del trimestre, encara con resignación lo que serán las agotadoras reuniones de equipos docentes para evaluar y calificar al alumnado. En la mayoría de los centros serán presenciales de nuevo. Se acabó vestir el pijama por debajo de la mesa ante la pantalla del ordenador, o el vaso de kubata al lado para hacerlas más llevaderas. Ni siquiera nos van a dejar esa maravillosa "secuela" de la pandemia que ha supuesto la tele-evaluación o los tele-claustros, y así no tener que desplazarse al centro escolar, ni estar con los colegas evitando discutir o mandar a la m*erda a más de uno o una. Total, para lo que sirven. En fin, ni siquiera nos quedará París. Volvemos a la vieja normalidad de las sesiones maratonianas y cansinas. Cada uno contando una batallita, un cotilleo de tal o cual alumno, una maldad del equipo directivo para, cuando me toque, revisar y cantar las notas. ¡Qué poco edificantes son la mayoría de estas sesiones supuestamente convocadas para compartir una valoración ajustada de los aprendizajes del alumnado! ¡Di cuáles son tus notas y vámonos que nos vamos!
Y si éramos pocos, parió la abuela, como diría el castizo. Viene la LOMLOE y, en vez de resolver algunos de los problemas existentes, nos enfanga a todos con la imposición de un sistema demencial de evaluación cuyo único objetivo es aumentar como sea los porcentajes de aprobados. Si ya era complejo -y prácticamente ilusorio- evaluar por competencias -cuando nadie trabaja un currículo por competencias-, ahora se nos suman otros parámetros que sólo los feligreses y los conversos consideran muy atinados pero que la mayoría de los docentes ni entienden ni quieren entender. Llueve sobre mojado. Son muchas leyes en pocos años las que han tratado de modificar la forma de evaluar y calificar al alumnado, ninguna con éxito porque el currículo sigue siendo prácticamente el mismo -salvo retoques decorativos de cara a la parroquia- y en la cabeza de cada docente sigue funcionando la clásica evaluación de conocimientos, mucho más clara y compartida por la comunidad educativa que cualquiera otra inventada desde arriba por los "expertos".
Ahí los quisiéramos ver, a los expertos nos referimos, enfrascados durante más de tres meses con varios grupos de alumnos, lidiando con ellos y con sus familias a diario, para después evaluarlos y calificarlos de acuerdo a un sistema dibujado por un iluminado en la mesa de un despacho universitario o del ministerio. Es como para partirse de risa. O como resolver un problema complejo con el cerebro de un pistacho. Imposible. Así que los docentes harán lo que ya saben, se aprenderán el nuevo vocabulario impuesto por la LOMLOE y adaptarán su forma de evaluar a la nueva nomenclatura. Y ¡santas pascuas! ¡no me líes, no me líes que ya están aquí las vacaciones! Y, aunque parezca mentira, es la posición más lúcida que se puede tener ante la idiotez. Porque no se puede discutir con un estúpido, hay que evitarlo. A los idiotas no se les convence porque no siguen ningún razonamiento lógico, sólo consignas y argumentarios. Son de pensamiento simple, voceros de cada párroco por turnos. Ellos creen que están salvados por obedecer, por tener una fe ciega. Ignoran que sólo son carne de cañón. Así que dejémosles tranquilos en su particular "nirvana" sea cual sea la "gloria" que les prometen. Y nosotros a lo nuestro. A aplicar el sentido común y tratar de que no nos roben nuestra responsabilidad a la hora de valorar los aprendizajes de nuestros alumnos. Es lo único que aún nos queda, nuestra dignidad profesional. Sin ella, sin ese amor propio, estará todo perdido.
Aquí les dejamos una sonrisa para acabar el año 2022. Una comparativa humorística de la evaluación hasta nuestros días. Que lo disfruten, que tengan unas felices fiestas y un feliz año nuevo. ¡Ay, dios, llévame pronto!
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