INCOMPETENCIA DE APRENDER A APRENDER
La educación siempre ha sido un campo abonado para que frívolos, vendepatrias, sinvergüenzas o "profetas" hagan su particular agosto, casi siempre por motivos económicos o electoralistas. Lo que parece mentira es que en pleno s. XXI aún tengamos tantos personajes de esta calaña paseándose por los alrededores del sistema educativo aunque, eso sí, se les nota a la legua que ni por asomo saben, ni quieren experimentar, lo que es la realidad de un aula a diario. Pontifican lo que tenemos que hacer los docentes o los medios que tenemos que utilizar en el aula, pero jamás se meterán en una cualquiera para aplicarse el cuento. Por eso viven siempre en la periferia del sistema educativo. Ahí, donde se está más "calentito" y alejado de los verdaderos y pringosos problemas de la docencia. Propónganle al político pontificio, al profesor experto o al señor inspector supervisor que hagan ellos mismos una demostración de lo que pregonan en una clase de 3º de ESO y verán lo rápido que se quitan de en medio. De ahí que autores tan reconocidos, sobre todo en otras latitudes, hayan defendido desde hace décadas que sólo los "prácticos", los docentes de a pie de clase, pueden articular alternativas viables, innovadoras o investigadoras en el campo educativo. La innovación, la reforma o la investigación educativas viajan siempre de abajo-arriba y no al revés, como demostraron Freire, Freinet, Montessori, Makarenko, Ferrer i Guardia y tantos otros. (Para ampliar el tema remitimos a obras de Andrew Hargreaves, John Elliott, Wilfred Carr, Ken Robinson o Walter Doyle, por citar tan sólo algunos ejemplos de este planteamiento desde distintas perspectivas).
Pero, desgraciadamente, la ansiedad, el desconcierto, la indefensión o la mala formación de muchos docentes les hace ser víctimas propiciatorias de ocurrencias, consignas, pócimas milagreras, sectas o tecnologías baratas que lo único que pretenden es ganar dinero, sumar feligreses o aglutinar poder gracias al complejo entramado de fuerzas y demandas que se esconden en el seno del sistema educativo de un país. No hay nada como la ignorancia, la soledad y la desorientación para que una persona busque desesperadamente la solución mágica, el pensamiento simple, la receta ideal que nos librará del mal, nos alejará de la realidad o nos permitirá lidiar con ella en mejores condiciones. Una búsqueda que sabemos destinada a la melancolía pero a la que muchos docentes no renuncian a pesar de los reiterados ejemplos que demuestran su ineficacia. En muchos casos dichos docentes parecen comportarse más como devotos abandonados en busca de dios, o de dioses, que como profesionales en busca de conocimientos o experiencias constrastadas. Es lo que genera en algunos la insoportable ausencia de respuestas sencillas y eficaces que les permita convivir con una realidad compleja, esquiva o insatisfactoria como suele ser su experiencia diaria en el aula.
Y de esta debilidad profesional se aprovechan muchos "listos y listas: políticos, gurús, empresas con mucho ánimo de lucro, sinvergüenzas, profetas, vendepatrias o meros delincuentes. Así que, hoy día, lo más importante para un docente es distinguirlos con rapidez, lo que no suele ser fácil porque sus propuestas suelen venir envueltas en bonitos discursos, regalos baratos, taimados chantajes o palmaditas en la espalda. Pero cualquier docente posee dos preguntas fáciles para desenmascararlos: ¿quién gana dinero o poder con dicha propuesta? y ¿qué fundamentos científicos o experimentales la sostienen? Sí, exactamente como se podría desenmascarar a cualquier vendedor de crecepelo milagroso.
Sólo los docentes somos capaces de generar conocimiento profesional contrastado. No lo hará por nosotros ningún político, ninguna empresa, ningún profeta, ningún mago sin magia. Mientras estemos esperando que alguien de la periferia -o del rompimiento de gloria- del sistema nos resuelva la papeleta diaria seguiremos siendo vendidos al mejor postor, esperando el maná que nunca llega, la ley que nunca resuelve, el cacharrito que nunca funciona.
Alejémonos de estos "comemieldas" -como diría un habanero castizo- y construyamos, aunque sea lentamente, un conocimiento profesional propio. Huyamos como de la peste de soluciones simplistas, curas laicos o confesionales, payasos cantamañanas o aparatitos milagrosos. Colaboremos y cooperemos entre nosotros, desconfiemos de cualquier ley por mucha "calidad" que pregone y demandemos más recursos, más dignidad profesional y mejores condiciones laborales. Esa sí que es una responsabilidad de los poderes públicos. Lo demás, enseñar, educar, debe ser cosa nuestra. Nuestra responsabilidad.
El saqueo sistemático que estos comemieldas están haciendo a costa de la dignidad, la autoridad y la autonomía pedagógica del profesorado es parecido al siguiente vídeo de José Mota. Reírse, reírse.
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