INCOMPETENCIA DE APRENDER A APRENDER
170.000 muertos aún no contabilizados bien del todo, ruina económica, confinamiento inconstitucional, colapso sanitario, paro laboral y fracaso tele-educativo llevaron a algunos voceros a predicar que si, a pesar de tantas desgracias, lográbamos salir de todo esto, lo haríamos más fuertes, concienciados y solidarios. Sólo algunos cenizos considerábamos que nada en la historia de la humanidad abonaba tan ingenuo optimismo social. Y en efecto, han pasado poco más de doce meses de "normalidad" y lo que se constata es que no hemos aprendido nada: ni somos más solidarios, ni estamos más juntos ni más concienciados de lo que es importante y lo que no.
En España seguimos a lo nuestro, a las pugnas cainitas por el poder protagonizadas por un conjunto de impresentables mentirosos de todos los colores del arco parlamentario. Ellos son la muestra representativa de una ciudadanía que olvidó rápidamente los malos momentos y los propósitos de enmienda que hizo durante el confinamiento. No son mejores ni peores que todos los demás. Es lo que hay. Las ambiciones y la desmemoria de los supervivientes campan por sus respetos. Otra vez. Como aquella sociedad europea que tras el final de la I Guerra Mundial hizo el firme (?) propósito de no volver a repetir nunca más aquella carnicería sin sentido, y bastó poco más de una década para hacer otra aún más cruel: la II Guerra Mundial. ¿Cómo ser optimista con estos mimbres?
Por lo que nos toca, la educación no tiene hoy mejores perspectivas que las que tenía antes de la pandemia. Sumidos en la implantación de una nueva ley partidista -la LOMLOE- tan inútil como todas las anteriores para resolver los verdaderos problemas del sistema educativo, ni siquiera escuchamos ahora el mantra de que es necesario un Pacto por la Educación para acabar con las pugnas partidarias y electoralistas que instrumentalizan la educación de todos de manera tan obscena.
Los docentes que se incorporaron para reforzar los desdobles y grupos de apoyo durante la pandemia van desapareciendo paulatinamente y las CCAA siguen haciendo números para ahorrárselos en los próximos cursos. No hay mejoras organizativas de los centros para atender a la diversidad del alumnado y, como ha ocurrido con los sanitarios, se ha olvidado el servicio que prestaron muchos docentes durante la pandemia a costa de su tiempo libre, de sus propios ordenadores y de su propia familia. Las buenas intenciones y las buenas palabras de entonces se las llevó el viento de un vendaval de aplausos tan sensibleros y cursis como inútiles, y ni se ha mejorado su dignidad profesional, ni sus condiciones laborales, ni su formación inicial. Volvemos a la vieja normalidad, a lo rancio del españolito mezquino y peleón, y no a la nueva y utópica normalidad que nos quisieron vender. Todo en ti fue naufragio, como diría Neruda.
Este 2022 está terminando y no podemos hacer un balance siquiera medio satisfactorio de la educación en estos doce meses sin el azote de la pandemia. No hemos aprendido nada. Así que aquí les dejamos con un pasodoble de la chirigota "los hinchapelotas" dedicado a nuestros políticos. Como dicen ellos, lo que se merecen es que les mandemos a chupar banquillo, a chupar candaos o a chupar barrotes. Pero que se vayan todos cuanto antes. José Saramago lo narró muy bien en su Ensayo para la lucidez. Y eso es lo que nos falta: lucidez y vergüenza.
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