viernes, 17 de junio de 2022

El nefasto negocio de los libros de texto

 

                 INCOMPETENCIA DE COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA               

Nada ha sido más dañino para la profesionalidad de los docentes y para la innovación educativa como el negocio de los libros de textos escolares en nuestro país. Afirmamos rotundamente que un buen docente, ya sea maestro/a, profesor/a de secundaria o de universidad, no necesita un libro de texto para desarrollar su labor. Lo que necesita -y hoy resulta más fácil que hace unas décadas- es apoyarse en múltiples recursos y materiales documentales e instrumentales -escritos, técnicos, visuales, plásticos...- que den sentido y articulen su práctica educativa. 

Desde su eclosión con la Ley General de Educación (1970) -abandonadas las "enciclopedias" de la posguerra-, el negocio de los libros de texto y de las pesadas mochilas escolares no ha hecho más que crecer y convertirse en un monstruo que mueve millones de euros cada curso escolar. Y, encima ahora, con la "gratuidad" sostenida por los presupuestos autonómicos, se ha convertido en un negocio aún más redondo. Tanto, que a partir de los años 70 del siglo pasado algunos listos se hicieron de oro: la aparición de editoriales, periódicos, grupos de comunicación, televisiones privadas..., fue posible gracias a los enormes beneficios que dejaba un negocio que se dirigía a una inmensa población "cautiva" -tenía obligatoriamente que adquirlos- y que se renovaba cada año porque el producto tenía fecha de caducidad, como los yogures. 

Fue el negocio perfecto para unos pocos, como por ejemplo para Javier de Polanco, que comenzó creando la editorial Santillana y a partir de ahí se convirtió en el dueño de un gran grupo de comunicación (Prisa, El País...) con el que ejerció una notable influencia no sólo en la educación sino también en la política española durante décadas. Al igual ocurrió con Germán Sánchez, fundador de la Editorial Anaya que acabó participando en grupos de comunicación (Telecinco). Hoy sus propios medios los califican poco menos que de "próceres" de la educación española pero, desde nuestro punto de vista, lejos de serlo, sus negocios y su influencia en la política educativa de la nueva democracia española condenaron al profesorado a la desprofesionalización y a la mediocre formación que todavía hoy padecemos. Los docentes se convirtieron así -si alguna vez dejaron de serlo- en meros pasa-páginas del libro de turno, en comparsas de un negocio del que no recibían -ni reciben- ningún beneficio. Porque los beneficios se canalizaban para otros menesteres más turbios y poco o nada educativos. Y es que, al negocio de los libros de texto no le interesa un profesorado autónomo y bien formado. Sería su ruina. A la vez, encadenando al profesorado al libro de texto se le podía manipular mucho mejor con consignas e ideologías baratas. Y muchos docentes tan contentos porque vieron que para sobrevivir en su profesión les bastaba con acompasar tiempos y páginas y rellenar fichas y cuadernos del alumno/a. Pero eso no es educar, digámoslo claro, eso es un fraude.

Hoy día, muchos de ellos entrarían en pánico si ahora se les ordenara que prescindieran de los libros de texto. Y muchos padres y madres también. Y los políticos empezarían a sudar. Es lo que tienen los procesos alienadores, que los "esclavos" no se dan cuenta de que lo son. Siguen necesitando la supuesta "seguridad" y "rigor" que les dan los libros de texto. Pero, en general, dichos libros, además de ser un dispendio anual que podría utilizarse en otras inversiones más necesarias, adolecen de dos graves problemas: en primer lugar, no se adaptan a la diversidad de contextos de aula y mucho menos a la diversidad de ritmos y capacidades de aprendizaje del alumnado; y en segundo lugar, dejan mucho que desear en cuanto a calidad, selección y secuenciación de contenidos. Porque están confeccionados por empresas cuyo objetivo primordial es "vender" y ganar dinero, no lo olviden, y necesitan rentabilizarlos con una buena relación coste-beneficio y buena apariencia. Para ello, además, utilizan muchos ardides -no sólo comerciales- para crear dependencia en los "clientes" y "nichos" de mercado. (Vean si no esta noticia de humor de El Mundo Today). De la misma forma que muchos recursos y aplicaciones web están pensados sólo para generar dependencia y no para generar conocimiento y aprendizaje autónomo.

Y ahora -pasa cada vez que se aprueba una nueva ley educativa- unos y otros tratan de controlar sus contenidos y todos andan descontentos -hasta la exministra Celaá se escandaliza porque no le gustan los que están apareciendo-. Menuda jeta. Eso sí, las editoriales se frotan las manos con cada reforma educativa: nuevos libros, más negocio, más beneficios. Pero siempre han debido ser contemplados como lo que son, instrumentos de empresas y de gobiernos para introducir consignas, ideologías, mitologías históricas, mensajes y valores que poco o nada tienen que ver con el conocimiento contrastado, la información veraz y el aprendizaje crítico y autónomo. Y de camino, a ganar dinero a costa de una ciudadanía ajena al negocio.

Un profesorado alienado, que deposita su responsabilidad como docente en el libro de texto como recurso exclusivo o principal de su enseñanza y no en su propia formación, es un profesorado "esclavo", con baja o ninguna autoestima y, en consecuencia, incapaz de hacer valer su propia dignidad profesional. No es dueño de sus decisiones como docente sino que se convierte en un instrumento de "otros" -editoriales, gobiernos, iglesias...- para transmitir contenidos que le son dictados desde fuera de la escuela, y a eso se le puede llamar cualquier cosa -adoctrinamiento, sumisión, engaño...- pero, desde luego, no es EDUCACIÓN.

En consecuencia, y sí, correcto, lo que habría es que acabar con el negocio de los libros de texto en nuestro país. Ahora lo tenemos a huevo en pleno s. XXI con las posibilidades infinitas que nos brindan los recursos audiovisuales, tecnológicos, bibliotecas reales y virtuales, etc... Hasta la legislación lo permite (Instrucción 3ª), eso sí, con la boca chica. Porque no basta con hacerlos gratuitos y que duren varios años hasta que se pudren, hay que incentivar -y pagar- al profesorado que elabora su propio material curricular. Así que, en buena parte, todo depende del profesorado. Si este desastre tiene alguna solución sólo vendrá de la mano de un nuevo profesorado bien formado, bien pagado y dignificado personal y socialmente, que no necesite acudir a un libro de texto, sino que sea capaz de crear sus propios materiales curriculares, lo que de paso ahorraría un montón de millones de euros a las arcas públicas y a los bolsillos de las familias. ¡Casi ná! 

Por cierto, ¿esto sería un propuesta de izquierdas o de derechas? En la campaña electoral andaluza no hemos escuchado ni a unos ni a otros decir ni pío de los graves problemas educativos que tenemos, sólo tonterías. Una pena.

Les dejamos con la experiencia de una escuela Waldorf en Euskadi que no utiliza libros de texto. Un horror para algunos, qué le vamos a hacer. Pero para nosotros, una luz en medio de la oscuridad que nos rodea.


                        

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