sábado, 25 de junio de 2022

La enseñanza como arte: un debate olvidado

 

                 INCOMPETENCIA CULTURAL Y ARTÍSTICA               

El debate sobre si la enseñanza es una tecnología o un arte aún está lejos de cerrarse, a pesar de que en las últimas décadas el obsoleto paradigma mecanicista la haya reducido en nuestro país a la aplicación de listas de contenidos, tablas de objetivos y criterios, baremos y protocolos cada vez más tediosos e inútiles. No hay más que ver la deriva curricular que han seguido nuestras leyes educativas, desde la Ley General de Educación de 1970 hasta la LOMLOE de 2020 -cincuenta años nada menos- en la que se ha encajonado al profesorado en el sumiso papel de mero cumplidor de un sinfín de prescripciones, consignas y tareas burocráticas que -se supone- conducen a la "cima de la excelencia educativa". Nada más lejos de la realidad.

Porque la realidad, la realidad humana, no se comporta como una máquina por más que algunos "ingenieros sociales" lo pretendan. Y la enseñanza aún menos, por más leyes que promulguen. Constituye este modelo mecanicista y tecnocrático de la educación un craso error de planteamiento en pleno s. XXI. A pesar del fracaso constatado que cosecharon los modelos mecanicistas-conductuales aplicados durante los años 50 y 60 del pasado siglo en EEUU (Watson, Skinner, las máquinas de enseñar...), una versión española se adoptó en nuestro país con la reforma de 1970 (la EGB) obteniendo el previsible fracaso: lo que se denominó la pedagogía por objetivos: una obsesión por la eficiencia (J. Gimeno Sacristán, 1982).

Y aunque algunos quieran seguir "obsesionados con la eficiencia", la educación se comprende mucho mejor cuando adoptamos la perspectiva organicista, esto es, entender que la educación, el sistema educativo, se compadece más con un órgano vivo que con una máquina, porque es una actividad hecha por humanos, dirigida a humanos. De ahí que este paradigma organicista y humanista permita comprender mejor la enseñanza que desarrollan los docentes con sus alumnos y alumnas y, en consecuencia, cómo y cuándo intervenir. A pesar de ello, los modelos educativos y metodológicos, las prácticas de aula, que pueden hacer realidad esta forma de enfrentar la enseñanza siguen siendo hoy minoría en nuestros centros y, prácticamente, siguen ausentes de la política educativa, si bien los preámbulos legislativos los suelen ensalzar hipócritamente para, a continuación, traicionarlos en su ejecución.

La educación es una actividad humana basada en la comunicación, por tanto, no reductible a apriorismos técnocráticos ni objetivos de logro determinados con antelación por "personas ajenas a la obra", a las que debería prohibirse el paso. Y como toda actividad humana, la enseñanza, la buena enseñanza, está sujeta a dosis altas de improvisación, de ensayo-error, de enfoque progresivo en el curso de la acción, de intuición y manejo de emociones y sentimientos, no sólo de conocimientos o información a transmitir. Por tanto, querer eliminar el componente artístico de la enseñanza es comportarse como una acémila cegata. Supone negar lo que de único y singular tiene el acto de enseñar de cualquier docente, esto es, un acto que cuando es bueno constituye una labor creativa, componente esencial de todo arte que se precie. Enseñar es, pues, un arte tanto como puede ser una ciencia, ambas perspectivas son complementarias y necesarias para desarrollar un aprendizaje integral, un aprendizaje humano. Y, por experiencia, bien como docentes, bien como alumnos, sabemos lo que NO es enseñar: manejar una "máquina" para "manufacturar" un producto previamente estandarizado. Eso será adoctrinar, uniformar, manipular o seleccionar pero, desde luego, no es educar.

Qué duda cabe que, desde este planteamiento de partida, la figura del docente adquiere una crucial relevancia, al entender que su labor es la propia de un artista, esto es, la de un creador de realidades nuevas, diversas y complejas en el ámbito educativo, la de un formador y guía de personas en crecimiento, todo un reto. La enseñanza no es un monólogo, no es "ordeno y mando", sino un diálogo permanente abierto al futuro. De ahí que, desde aquí, insistamos tanto en la necesidad de configurar una nueva formación inicial de los docentes que tenga en cuenta no sólo los conocimientos necesarios sino también sus aptitudes, su vocación, sus actitudes ante la educación de los más jóvenes. Porque no todo el mundo vale para enseñar. Y no necesariamente valen sólo los más "listos" -selectividad-, ni los más memoriosos -oposiciones-, ni los más sensibles o los más duros. Valen sólo aquellos capaces de asumir su papel de "artistas" de la enseñanza, docentes vocacionales y no meros administrativos u operadores de máquinas. Se necesitan docentes capaces de manejar la complejidad de grupos humanos de distintas edades y en diferentes contextos, de ilusionar, de afrontar imprevistos y problemas, de saber comunicar, de animar a conocer, a indagar, capaces de guiar y orientar los aprendizajes, de conectar las aulas con la realidad, en fin, capaces de hacer realidad una educación del S. XXI tal y como estableció la UNESCO en su conocido informe titulado "La Educación encierra un tesoro". Algo bien lejos del cutrerío monocorde y aburrido en el que estamos instalados desde hace décadas en nuestro país. 

Y nadie mejor que el gran Ken Robinson para ilustrarnos en una de sus últimas intervenciones en España, titulada "Enseñar es un Arte". Merece la pena ver el vídeo hasta el final a pesar de su extensión ya que contesta a preguntas de los asistentes que son las que cualquiera desearía haber podido formularle: papel del docente, de los padres o madres, creatividad, innovación educativa, discapacidad, emoción, política curricular... Que lo disfruten.

 

                        

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