INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA
Uno de los indicadores más fiables del buen funcionamiento de un sistema educativo es el comportamiento educado de sus ciudadanos. Así que no hace falta tirar de sesudas evaluaciones internacionales tipo PISA para concluir que el nuestro es un verdadero fracaso. Somos un país donde la mala educación suele ser un comportamiento generalizado y no sólo en jóvenes, sino también en adultos ya muy creciditos. No nos estamos refiriendo tan sólo a aquello que llamábamos urbanidad, esto es, el adecuado comportamiento social, al menos en sus formas, que facilita la convivencia, sino también a la incapacidad de muchos de respetar los derechos elementales del prójimo.
España sigue siendo un país ruidoso, malhablado, peleón, chillón y guarro. Basta viajar a países cercanos para saberlo. No hay que irse a Suiza o Alemania, nuestros vecinos portugueses pueden darnos varias lecciones. En Portugal, si hay un grupo de personas hablando a gritos en un restaurante, casi seguro son españoles, si hay una pareja poniendo la música a tope en una playa, es española, si hay personas hablando a gritos por la calle de noche, son españolas. Hace décadas que en España la escuela dejó de educar en estas elementales conductas, en desarrollar esta capacidad de ponerse en el lugar del otro para respetar su espacio, su derecho al descanso, su dignidad o sus opiniones. Se confundió la urbanidad, la competencia social, con una enseñanza retrógada y autoritaria y se la eliminó del currículo real. Lo que hemos conseguido son generaciones de maleducados y consentidos, ciudadanos incompetentes para la vida en común.
La pandemia actual, que ya va por la quinta ola, se alimenta mucho de esta incapacidad social de ponerse en el lugar del otro. Incluso de tu abuela, del vecino, de tus amigos o de tus padres para no contagiarlos. Parece que se le está pidiendo al personal un gran sacrificio cuando es tan solo un ejercicio de responsabilidad personal y social que, si estuviera bien educado, no habría ni que pedirlo. Porque para sacrificio el de nuestros abuelos que afrontaron una guerra civil, además de hambre y represión y, sin embargo, sacaron a sus hijos adelante. Abuelos y abuelas, muchos de ellos tristemente fallecidos por el covid 19 "gracias" a la irresponsabilidad de sus propios familiares, jóvenes y no tan jóvenes.
Quizás estemos pagando todos el pendulazo que supuso pasar de la férrea dictadura a la frágil democracia, pero ya han pasado más de cuarenta años y la situación sigue empeorando. Y es que el problema de la mala educación está enquistado en la misma población, en la propia ciudadanía. Hoy en día, por ejemplo, el silencio y el respeto son lujos que no están al alcance de casi nadie. Siempre hay un imbécil haciendo ruido para celebrar lo que sea o simplemente para dar por culo al resto. Siempre hay un tonto divirtiéndose a costa de personas mayores o discapacitados. Siempre hay un guarro ensuciando y deteriorando lo público. Siempre hay un estúpido molestando a mujeres. Siempre hay un chulo insultando a quien no le agrada. No son excepciones, desgraciadamente. Son conductas que nos retratan como pueblo incívico y grosero, mal-educado. Curiosamente, ser educado es lo más fácil de aprender del currículo escolar, pues no se trata de matemáticas ni de ciencias ni está reservado a mentes privilegiadas. Pues, ni eso. Algo llevamos haciendo mal desde hace décadas y el sistema escolar sigue sin enterarse. A lo mejor la próxima ley educativa se da cuenta. Ya. la Ética, la Educación para la Ciudadanía. Ja.
Quizás no quede otra que recurrir al Tío de la Vara, pero nos tememos que solo existe en la ficción. Una pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario