miércoles, 1 de septiembre de 2021

Adoctrinar no es educar

El propósito de la educación es mostrar a la gente cómo pensar por sí mismos. El otro concepto de la Educación es adoctrinamiento. A. Noam Chomsky


                    INCOMPETENCIA DE APRENDER A APRENDER                  

Para muchas personas, para muchos docentes, no está muy claro que educar no sea, en cierto modo, adoctrinar. Incluso bastantes de ellos consideran que educar ES adoctrinar. Por ejemplo, nuestros políticos educativos y no pocos de los titulares de la enseñanza pública y, sobre todo, de la concertada y privada. Si no, no se entiende que sigan creyendo que a base de leyes y decretos, de "mandamientos" y reglas, de consignas, moldearán las vidas y el pensamiento del personal. Si eso fuera tan simple aún seguiríamos viviendo en el medievo o en el franquismo, por citar algo más cercano a nosotros. O, desde un punto de vista más personal, los que estudiamos en colegios de curas seguiríamos "comulgando" con ruedas de molino. Y no es así, afortunadamente. Lo curioso de cómo cambia el pensamiento, de su evolución, es que no se puede teledirigir totalmente mediante normas, códigos y leyes escritas. Por el contrario, sigue siempre un proceso imprevisible fruto de la complejidad de la vida humana ante el cual la "doctrina" se muestra más bien inútil, o se convierte, a veces, en un incentivo para conculcarla. Aún así, muchos se resisten a dejar ese "poder" de conformar y moldear las "cabezas" de los jóvenes, estableciendo rígidos "mandamientos", etiquetas, o trasnochadas "consignas" a su antojo, bien sean de "derechas" o de "izquierdas", según quien ejerza el poder político en la historia de una sociedad.

Viene esto a colación de la nueva ley educativa -la Ley Celaá- que comienza a implantarse en los centros educativos a partir de este curso. Y otra vez a vueltas de los nuevos contenidos de la asignatura de Ética. Si nuestros políticos aún no tienen la evidencia -después de ocho estruendosos fracasos- de que la sociedad española, y la comunidad educativa en general, camina al margen de las mismas, es que son aún más torpes de lo que pensamos. O bien, que no saben qué hacer y se agarran, cual bebé a su chupete, a lo único que les ofrece algo de seguridad en sí mismos: publicar en el BOE o en el BOJA y creer que, a continuación, la realidad se plegará a su voluntad escrita. En las sociedades abiertas y avanzadas como la nuestra y, en cierto modo, del mundo globalizado que nos rodea, pensar en un sistema educativo, en un currículo, de carácter doctrinario que funcione es un propósito baldío. Y menos mal.

Un currículo oficial de "izquierdas" es tan inútil como uno de "derechas", porque la "interpretación de la obra" quedará siempre en manos de sus actores -profesorado y alumnado- no de sus "autores". Y ya sabemos que profes y estudiantes son colectivos bien complejos insertos en una sociedad también compleja, abierta y diversa. Un currículo doctrinario solo tiene sentido en regímenes políticos de carácter autoritario, fanático o teocrático. Y aún así, la ciudadanía siempre buscará resortes para bordearlo, combatirlo o negarlo, como les pasó a muchos en los peores años del franquismo en España. Por tanto, seguir con este vaivén estúpido de leyes educativas que tratan de imponer su propio "credo" al resto de la población es un costoso error. Eso sí, ya van ocho en treinta años, lo que dice mucho de la memez de nuestra clase política capaz de tropezar ocho veces en la misma piedra.

Los sistemas democráticos avanzados saben que para sobrevivir deben "adoctrinar en que no se debe adoctrinar". Parece una tramposa paradoja pero no es así. Sólo se adoctrina desde el pasado, o sea, anclado en un pasado que debe perpetuarse, pero las sociedades democráticas del s. XXI saben que para ganar el futuro se requiere estar libre de ataduras ancestrales porque desconocemos los retos a los que nos enfrentaremos en los próximos treinta años. Se debe educar para afrontar el incierto futuro que nos espera y no para reproducir el pasado que asegure nuestros privilegios. Qué duda cabe que el pasado nos ilustra sobre lo que fuimos capaces de hacer en lo bueno y en lo malo, pero no nos dice gran cosa sobre lo que vendrá. Piénsese cómo era nuestra vida hace cuarenta años y si alguien fue capaz de imaginar siquiera entonces algo de nuestro presente. 

Los sistemas educativos avanzados requieren estructuras abiertas y fluidas, no doctrinarias. Informadas sí, pero la doctrina, ya sea política, ideológica o religiosa, entendida como conjunto de prescripciones fijadas no discutibles, entendida como conjunto de creencias que han de imponerse porque sí, aunque sean nuevas y "progres", no debe tener cabida en la educación de nuestros jóvenes. Por eso, en la entrada anterior considerábamos que Educar es enseñar a pensar y actuar por sí mismo, justo lo contrario de una enseñanza entendida como la reproducción e inculcación de un conjunto de supuestas "verdades" inamovibles. Como argumenta Santos Guerra, quien educa es un maestro, quien adoctrina es un fanático. Adoctrinar NO es educar sino manipular conciencias, y la educación, toda la educación -ya sea pública, concertada o privada-, no debe estar al servicio de ninguna ideología, nacionalismo, política o religión. Estos aspectos "doctrinales", estas creencias, sean de "derechas" o de "izquierdas", deben quedar reservados para la vida privada de las personas, no para la educación de la ciudadanía. 

La educación debe mirar siempre hacia el imprevisible futuro y no a reproducir al pasado, si no le ocurrirá como a la esposa de Lot (Génesis, 19): quedará convertida en una columna de sal. Como ya han quedado todas las leyes educativas anteriores, y como quedará próximamente la actual ley Celaá. Pero, dicho esto, educar sin caer en adoctrinamientos no es nada fácil. Educar es una profesión compleja y díficil que requiere profesionales serios y bien formados. Adoctrinar es, sin embargo, muy fácil, lo puede hacer cualquier imbécil. Os dejamos un vídeo curioso sobre la dificultad de asumir una educación que no caiga en el adoctrinamiento. Da qué pensar. Quizás, después de todo, enseñar a pensar, por dificultoso que resulte, sea la única salida y la mejor respuesta a nuestras dudas como docentes y como padres. ¿Qué os parece?


                    

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