domingo, 28 de noviembre de 2021

Cómo querríamos morir

 

"Hay veces en que el alma se quiebra como un vaso, y antes de que se rompa y muera (porque las cosas mueren también) llénalo de agua y bebe".

(El vaso quebrado. Francisco Brines. Antología Poética. Ed. Alianza, 2020)

 

                      INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA                     

La existencia del Síndrome de Stendhal, esto es, las alteraciones psicosomáticas que puede sufrir una persona ante la contemplación de una abrumadora belleza, aún presenta dudas científicas pero, desde un punto de vista poético, nos invita a pensar en la posibilidad de una muerte paradójica, aquella que se presenta ante la presencia, no de lo cruel ni de lo trágico, sino de lo más bello. Si tuviéramos que elegir, no cabe duda, que preferiríamos esta última opción. 

Pero, descendiendo a la tierra, la cuestión que nos asalta es si deberíamos preocuparnos tanto de vivir bien, como de bien morir. Decimos esto porque la mayor cantidad de nuestras energías a lo largo de la vida se orientan a atesorar el mayor "bienestar" posible para uno mismo y/o su familia, algo que en nuestra sociedad se identifica, erróneamente, con una mayor capacidad de consumo, posesión y gasto -y desechos. Pero no invertimos nada en procurarnos una "buena" muerte, una muerte feliz, como mucho sólo cuidamos la impostura de preparar un buen entierro y/o una buena tumba una vez fallecidos, de ahí el éxito de los seguros de decesos. Una estupidez, si tenemos en cuenta que nunca seremos testigos del luctuoso evento, un ejercicio de vanidad póstuma.

El bien morir, la buena muerte, no es garantizarse un buen entierro, por el contrario, si tuviéramos que anticiparla o prepararla, vendría de la mano, en nuestra opinión, de poder hacerlo rodeados de paz, de belleza y de bondad. Y no decimos de felicidad, de amor -o, incluso de honor- pero también, sobre todo si la entendemos como llegar al momento final de nuestra vida con el alma tranquila -animula, vagula, blandula- con los "deberes hechos", con el vaso lleno, a ser posible rodeados de las personas que queremos y que nos quieren y sin sufrir dolor; y, si estamos solos, acompañados por profesionales específicamente preparados.

Lo que decimos, evidentemente, no tiene nada que ver con la cuestión de eutanasia sí o eutanasia no. En esta torpe España virtual de sólo dos opciones simples para cualquier tema complejo, buenos o malos, azules o rojos, tontos o bobos, se desvirtua la posibilidad de cualquier debate sosegado. Entendemos que el derecho, si existe, no es a morir cuando uno quiera, antes o después, lento o rápido, sino a morir bien, esto es, entender la muerte como una extensión del derecho a una vida digna y, por tanto, a morir dignamente. Y la dignidad no puede entenderse de manera reduccionista -y barata- como facilitar la muerte a una persona impedida que sufre, sino de manera mucho más amplia, como lo hemos descrito en el párrafo anterior: morir de la manera que cada uno crea más acorde con su vida, con sus deseos.

Incluso, añadiríamos, morir con humor, con alegría y con risas, aunque parezca un contrasentido. Lo hemos visto en una entrada anterior. Y es que, si es posible, no sólo debemos entrar en la muerte con los ojos abiertos -como Adriano- sino, también, con la sonrisa ancha -a la memoria de Víctor Jara-. Aunque sea con alguna ayudita no contemplada todavía por la Seguridad Social, como relata en su epitafio el finado de aquí abajo. 

 


Terminamos las entradas de este mes de noviembre, tan propicio a las reflexiones sobre la muerte, mirando de frente a la temida parca. Justo en contraposición al esfuerzo titánico por ocultarla y negarla que sostiene esta sociedad infantilizada e hipócrita que nos rodea. Y hemos ido, incluso, más allá, al defender que es, también, misión de la Educación, tanto de la formal en las escuelas como de la informal en las familias, el saber afrontarla con los más jóvenes desde un punto de vista psicopedagógico y curricular. 

Una sociedad, una educación, que oculta los problemas y que esconde las cuestiones nucleares que definen y zarandean la vida humana, está destinada al fracaso y la inanidad, será incapaz de resolver los retos del presente y estará desarmada ante los enigmas que nos reserva el futuro. Mientras tanto, quizás abrumados de melancolía -o de saudade- en este frío noviembre que se muere, les invitamos a disfrutar de su expresión artística más definitiva: el fado portugués. Esta vez a cargo de las más grande señora del fado, la inolvidable Amália Rodrigues. Les dejamos con Lágrima

 

                       

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