INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA
Aún andamos entretenidos y embobados con las cifras globales de la pandemia -contagiados, muertos, parados, arruinados- pero nadie se ha preocupado por evaluar los aprendizajes no realizados, los abandonos escolares provocados o el aumento de la brecha digital que ha generado. Efectos tan demoledores para el presente y el futuro de muchos niños y jóvenes como la ruina económica y social que han provocado las sucesivas oleadas del Covid-19 que hasta ahora hemos padecido, y las que nos quedan por ver.
La pandemia ha supuesto un ataque frontal al principio de igualdad de oportunidades educativas del alumnado. Ha sido evidente que los confinamientos afectaron de forma desigual a las familias de diferentes clases sociales. Para muchas de ellas, las más empobrecidas o deprivadas, cada confinamiento supuso un abandono efectivo del derecho a la educación de sus hijos, por muchos esfuerzos que hicieran algunos docentes -que no todos- para continuar su labor por medios digitales o audiovisuales. Lo cual no hizo sino aumentar aún más la desigualdad de oportunidades educativas entre unos estudiantes y otros.
Por todo ello, podemos concluir que la educación ha sido, y sigue siendo, la gran olvidada de esta pandemia; como si la educación fuera algo inútil y secundario, algo a lo que no hay que prestar mucha atención; mientras, los problemas sociales, sanitarios o económicos copan el debate público y la preocupación política. Pero esto es sólo un tonto trampantojo porque las consecuencias actuales y futuras de esta falta de atención terminarán por sufrirlas las presentes generaciones y la ciudadanía en su conjunto. Y también serán problemas económicos y sociales los que provocará el grave déficit educativo sufrido durante estos años. Debe tenerse claro que la recuperación deseada para los próximos años sólo podrá alcanzarse si viene acompañada de un gran esfuerzo educativo capaz de contrarrestar las desigualdades, los fracasos, los abandonos y los bajos rendimientos padecidos.
En el reciente informe de la UNESCO, la UNICEF y el Banco Mundial titulado "Estado de la crisis educativa mundial: un camino hacia la recuperación", se pone de manifiesto la gravedad de los efectos que está teniendo la actual pandemia en la educación mundial. Un informe que ha tenido, cómo no, poco eco en nuestra clase política. Y sí, son los países pobres, así como las capas más desfavorecidas de la población de cada país, los que están sufriendo las peores consecuencias. Después de analizar muchos datos y situaciones, el informe concluye que tras la pandemia hay que recuperar la educación sin dejar nadie atrás y que, para ello, serán necesarias escuelas más eficientes, equitativas y resilientes. ¡Si éramos pocos, parió la abuela!
El retraso educativo consecuencia de la pandemia tardará décadas en recuperarse, siempre, eso sí, que se implementen las políticas necesarias a tal fin, lo que es mucho decir para un país, como el nuestro, en el que la educación sigue siendo un debate mal planteado y peor resuelto. Aquí, rodeados de cantamañanas al frente de la política y de la educación, el paisaje no puede ser menos esperanzador. A las elevadas tasas de fracaso y abandono escolar, a la cada vez más amplia brecha digital, a la desigualdad más acusada entre distintas capas de población, así como a la politización estúpida de todas las reformas educativas emprendidas, habrá que sumar los esfuerzos necesarios -estructurales, económicos, organizativos- que nos permitan salir de esta profunda crisis en el más breve plazo posible. ¡Cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho!
Y siguiendo con el Quijote, nunca se ha ocupado mejor el atril del orador del Congreso de los Diputados como cuando el actor Josep María Pou leyó algunos párrafos de la obra de Miguel de Cervantes. Entre otros, los atinados consejos que le da Don Quijote a su leal escudero Sancho Panza antes de ir a gobernar la imaginada Ínsula Barataria. Para que luego digan que la educación y la cultura no son potentes instrumentos para superar cualquier crisis.
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