jueves, 24 de febrero de 2022

La pandemia oculta: crecen las enfermedades mentales

 

                INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA                 

La actual pandemia ha movilizado una ingente cantidad de recursos económicos y personales a nivel mundial. Gracias a ellos -y a la carrera de las farmacéuticas por liderar el mercado mundial de vacunas y remedios contra el Covid-19- se han podido evitar millones de muertes. Pero, digámoslo con crudeza: la pandemia también ha enriquecido exponencialmente a los institutos de investigación y a las compañías farmacéuticas y sanitarias en justa (?) compensación por las inversiones que han realizado -junto con los gobiernos- para lograr en tiempo récord una variedad de vacunas y tratamientos efectivos contra el virus.

Ahora bien, quedan muchas secuelas pendientes del desastre originado en China -no sabemos aún ni cómo ni por qué- que no se arreglan con vacunas. Además de las miles de personas que sufren el denominado covid persistente, hemos de resaltar aquí aquellas otras miles que sufren secuelas psíquicas como consecuencia de las medidas extraordinarias que hubo que tomar para confinar a la población y suspender derechos individuales (de reunión, de libre circulación, etc...) durante meses. Lo traemos aquí a colación porque estos problemas de salud mental están afectando, especialmente, a niños y jóvenes, además de a adultos. Y, sin embargo, nadie parece haberse dado cuenta -salvo las llamadas de atención que han realizado el Consejo Escolar del Estado, u organismos internacionales como UNICEF- de que los problemas mentales son tan graves -y tan letales- como los derivados del virus que seguimos padeciendo.

Lamentablemente, llueve sobre mojado. En el ámbito educativo los problemas de salud mental siempre han sido mal-tratados, cuando no ignorados. Niños pequeños, adolescentes y jóvenes con este tipo de problemas son mal atendidos por parte de las USMI-J (Unidades de Salud Mental Infanto-Juvenil, para menores de 18 años) de los hospitales, siempre desbordadas, y sin poder tratar a la mayoría de los casos que se les presentan, y no digamos si los jóvenes tienen que acudir a los servicios de salud mental para adultos, encontrándose con el resto de enfermos y sin disponer tampoco de una buena atención específica. Por su parte, los servicios de orientación de los centros educativos tampoco han podido suplir dichas carencias aunque han hecho más visible el problema y la creciente demanda.

Como sabemos, esta situación no es nueva, ni provocada ahora por la pandemia. Ha sido un problema denunciado desde hace décadas, tanto por los sanitarios como por los servicios de orientación de los centros escolares. Y nunca, jamás, se han tomado las medidas adecuadas por parte de las administraciones públicas -ni rojas ni azules- para darle una respuesta digna y eficaz. Como siempre, los problemas presupuestarios de "la mejor sanidad del mundo" -como se coreaba antes de la pandemia por políticos de todo signo- han evidenciado un déficit que, ahora, se ha agravado seriamente con la actual pandemia. Lo que aquí hemos denominado la "pandemia oculta de la salud mental". 

Los problemas mentales no son"vistosos" para la ciudadanía, ni pueden prevenirse con una "vacuna" ad hoc, por lo que estamos ante una pandemia oculta que afecta a toda una generación de niños y jóvenes. Al habitual ocultismo que adopta la sociedad -y las familias- ante la enfermedad mental, en muchas ocasiones culpabilizando y aislando al propio enfermo, se une la necesidad de disponer de tratamientos, no sólo farmacológicos sino, sobre todo, psicológicos, a medio y largo plazo, para poder hacerle frente. Y ahí, la sanidad pública naufraga estrepitosamente dejando en la estacada a miles de jóvenes y familias que no tienen recursos económicos para pagarse el costoso tratamiento psicológico o psiquiátrico que sería necesario. Por eso, ya es hora que se refuercen las USMI-J y se saquen de los grandes hospitales, aumenten las plantillas de profesionales especializados en psicología, psiquiatría y asistencia social que puedan atender a una demanda creciente y sean capaces de mantener tratamientos a medio y largo plazo, tanto individualmente como en grupo; a su vez, se deben crear centros de atención específica para jóvenes mayores de 18 años que estén separados de los servicios para adultos, y se deben reforzar -con recursos y personal- los servicios de orientación en todas las etapas educativas, así como facilitar su relación con los profesionales sanitarios cuando atienden a una misma persona o colectivo.

No hemos hecho, hasta ahora, más que reiterar las demandas que se vienen haciendo a nuestros políticos educativos y de la salud desde hace años sin respuesta alguna. Todos nos jugamos mucho si dejamos que toda una generación acabe con porcentajes intolerables de enfermedad mental. Problemas que se han triplicado después de la pandemia y que afectan más a niños y jóvenes de familias con menos recursos: suicidios, depresiones, adicciones, trastornos alimenticios, de comportamiento, neuróticos y psicóticos.

A los problemas de aprendizaje que dejarán atrás estos dos años de pandemia, y que han afectado más a las capas de población desfavorecida o marginada, se añadirán las enfermedades mentales que no serán tratadas en los próximos años. Se cerrará así un círculo diabólico que relegará a la miseria, a la incultura y a la enfermedad mental a toda una nueva generación. Lo que pagaremos todos en las próximas décadas con una factura muy alta. ¿Nadie ve esto? ¿Niegan la realidad? Pues es una desgracia.

Los negacionistas van mucho más alla de los terraplanistas, los creacionistas o los antivacunas. Mucho más peligrosos son los que niegan la realidad que nos estalla delante de las narices día tras día. Así que les dejamos con unos Negacionistas mucho más graciosos que nuestros políticos y administradores cuyo mayor talento es quitarse de en medio ante los problemas y cuidar de sus privilegios pegados como lapas al sillón donde les damos de comer como si fueran palomos. Con esta chirigota callejera de 2020, los Negacionistas, despedimos este febrero loco de Carnaval. Y Dios nos coja confesados esta cuaresma, porque -ya que hablamos de enfermedades mentales- el Putin ya ha empezado a bombardear Ucrania. La megalomanía, como la psicopatía, aunque sea rusa, es lo que tiene, que acojona cuando tienes un arsenal nuclear detrás. Preferiríamos la ensaladilla, que está más rica. Eso sí, mira por donde, echamos de menos a otros negacionistas, a los del ¡No a la guerra! ¿Dónde estarán? Pues escondidos en sus coches oficiales. C'est la vie. O como diríamos en castellano, "Cosas veredes, amigo Sancho" -a pesar de que la frase no pueda ser atribuida al Quijote, sino derivada del Poema del Mío Cid.


                      

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