lunes, 25 de abril de 2022

Cuando el profesorado no quiere ejercer su libertad

 

                  INCOMPETENCIA DE COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA                 

¡Vivan las cadenas! A veces, muchas veces, los docentes no desean ejercer su derecho a la libertad de cátedra, o se escudan tras vanas excusas para no hacerlo valer. En una interesante entrevista realizada al profesor de literatura del IES Gustavo Adolfo Bécquer de Sevilla, Manuel García, este afirmaba que "en mis clases siempre he usado todo tipo de textos de primer nivel, nunca cojo las tontadas que nos mandan desde arriba (...) la mayoría de los docentes no quieren utilizar su libertad". Una realidad constatable en cualquier centro pero, ¿por qué se produce esta renuncia?: ¿desinterés?, ¿mala formación?, ¿baja autoestima profesional?, ¿comodidad?

La pregunta no tiene una respuesta única ni sencilla. Lo cierto es que muchos docentes se limitan a desarrollar un trabajo rutinario en sus clases, sin interés ni ilusión, atentos únicamente a los preceptos legales y burocráticos que se prescriben desde arriba -MEC, CCAA, delegación, inspección-. Aunque resulta curioso que esto suceda en un sistema educativo que no posee controles de calidad efectivos, y que permite la coexistencia de profesorado inquieto, responsable y bien formado junto con otro porcentaje de profesorado "funcionario" en su peor sentido, limitado a "fichar" y cumplimentar "papeles" con tal de no tener problemas. Y esto ocurre, pues, en un sistema en el que existe un amplio margen de actuación docente más allá de lo prescrito. Entonces, ¿por qué no ejercen muchos docentes su libertad de enseñar de acuerdo a su formación y sus convicciones? ¿Por qué no asumen su responsabilidad profesional?

La vocación, la buena formación, la honestidad profesional y el compromiso con el alumnado, son las claves que hacen de la enseñanza un acto único, artístico, capaz de remover conciencias y mejorar la educación de los jóvenes. Pero, al contrario que un médico o un arquitecto o un sociólogo -que no acude al BOE o al BOJA para saber cómo debe desarrollar sus prácticas-, un docente está sometido a un ingente caudal de legislación y normas que le ordenan qué debe enseñar, cuándo debe hacerlo, cómo hacerlo y cómo evaluarlo. De tal forma, que muchos no sabrían qué hacer si se les diera la posibilidad de decidir por sí mismos qué, cuándo y cómo enseñar. Este complejo proceso de alienación profesional programada -que no casual- es consecuencia de dos procesos bien conocidos: la "desprofesionalización" y la “intensificación" de la labor docente. Esto supone, por un lado, suplantar las decisiones profesionales del profesorado por otras tomadas en instancias -políticas- que poco tienen que ver con las prácticas educativas (desprofesionalización, A. Hargreaves) y, por otro, aumentar paulatinamente la exigencia de tareas (nuevas demandas, burocracia…) que se le hacen a los docentes sin mejorar sus condiciones laborales ni formativas, condenándolos al fracaso, al agotamiento o al abandono (intensificación, M. Apple). 

En nuestro país, estos dos procesos -desprofesionalización e intensificación del trabajo docente- han sido promovidos, desde hace décadas, tanto por gobiernos del PSOE como del PP, siendo la verdadera prueba del algodón de que ambos partidos tienen mucho más en común que diferencias, si bien mantienen relatos de apariencia empeñados en hacernos creer que son distintos. No lo son. De ahí que se entienda aún menos la utilización partidista de la educación en nuestro país cuando, en esencia, ambos defienden el mismo modelo y programa político en materia educativa. No es, pues, casual que ambos hayan demostrado -otro factor común- la misma despreocupación por la formación del profesorado -ya que no se requiere profesorado crítico ni bien formado sino obediente y desmovilizado-, el mismo interés por aumentar el trabajo burocrático y la inclusión de nuevas exigencias curriculares sin mejorar las condiciones laborales, o la misma pobre financiación de cada una de sus leyes educativas. 

Por tanto, lo asombroso es que todavía existan docentes, como Manuel García, que sean capaces de luchar contra estos dos procesos alienadores y ejerzan su libertad de decisión como docentes, es decir, sean verdaderos profesionales de la educación a la hora de diseñar y desarrollar el currículo que van a trabajar en sus clases. Porque, aunque la presión que se ejerce sobre los docentes es grande para que se muestren “obedientes” y pasivos, algunos siguen considerando que su función social es lo suficientemente importante como para mejorar su formación, mantener una actitud comprometida con la educación de los jóvenes, eludir la intensificación burocrática y sortear la estupidez de una legislación que en gran medida es mejor ignorar o bordear hasta donde se pueda. 

A pesar de todo, hablamos de un colectivo que es ciertamente minoritario tras la cantidad de años que nuestra clase política lleva desprofesionalizando al profesorado de todas las etapas educativas: mal formados, ignorados, poco respetados, nada dignificados, quemados, desilusionados… Y es que el sistema educativo ha entrado hace años en un proceso de degradación que parece irreversible. Y si no, vean cómo está la situación en el siguiente vídeo de José Mota. 


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