INCOMPETENCIA DE APRENDER A APRENDER
La mayoría de los países del mundo occidental estamos acostumbrados a un nivel de vida alto, sin problemas de carencia en bienes y servicios, disfrutando de libertades y derechos que son desconocidos para buena parte de la población mundial. Eso nos ha convertido en poco tiempo, tras las masacres de las dos guerras mundiales del s. XX, en sociedades hedonistas y, en cierto modo, decadentes, más preocupadas por mirarse el ombligo que por enfrentar los problemas humanos que nos rodean. Parece que seguimos asentados en el poema de Góngora "Ándeme yo caliente y ríase la gente" (s. XVI). Esta posición egoísta, infantilizada o inmadura, nos incapacita para empatizar con el sufrimiento, las miserias y la falta de libertades de muchos pueblos. Fugazmente, nos apenan las imágenes del horror que nos sirven a diario las televisiones y las redes sociales, pero esta "compasión" vicaria, como la que sentimos al salir de una película, dura cada vez menos. La mayoría de las veces, nos basta con realizar memeces de velitas y flores, manifestaciones de un minuto o donación de limosnas a fondos de caridad -incluyendo las ONG- para acallar nuestra mala conciencia y seguir adelante. Gestos. Hipocresía. Desgraciadamente, normalizamos cada vez más rápido cualquier situación por terrorífica que sea. Así que, veremos cuánto nos dura la consternación por el pueblo ucraniano, porque no hace mucho ignoramos las dos crueles guerras chechenas -nos cogían muy lejos-, e igualmente nos desentendimos de las terribles guerras yugoslavas a pesar de desarrollarse muy cerquita.
Eso sí, cuando un problema nos afecta al bolsillo o nos resta el más mínimo derecho o bienestar, empiezan las actitudes contemporizadoras y las protestas ante cualquier medida que nos suponga algún sacrificio, entendido este como acto de abnegación o renuncia en aras de un bien superior. La pregunta que les hacemos, visto lo que ocurre con la crisis energética a la que nos enfrentamos, es ¿hasta dónde, y frente a qué, estamos dispuestos a sacrificar parte de nuestro modo de vida? Una pregunta muy oportuna -quizás impertinente- ante las serias consecuencias que puede tener en nuestro país la invasión rusa de Ucrania. Está muy bien eso de creerse en el lado correcto de la historia y sentirse bondadosos por ayudar al pueblo ucraniano pero, ¿qué precio estamos dispuestos a pagar, realmente, por su libertad e independencia?
Lo que nos interesa aquí, con todo, no es esta obviedad poco discutible, sino si estamos educando bien a nuestros jóvenes para enfrentar estos problemas que, a la postre, son problemas morales y políticos a los que se enfrentarán en el futuro. Una simple mirada a la realidad de los centros y de las familias nos dice que no. La Escuela no está contrarrestando -quizás ni pueda- la decadencia infantilista de toda una sociedad que está "socializando" a las nuevas generaciones en la creencia de una abundancia inagotable, el capricho constante y la incapacidad de sacrificarse o esforzarse por nada que merezca la pena. En general, y salvando todas las excepciones que Vds. quieran, nuestros niños, adolescentes y jóvenes son cada menos resilientes, más antojadizos, menos responsables, más consentidos, menos capaces de renunciar a cualquier bien material o comodidad o cosa que consideren un "derecho" adquirido. Recuerden, tan sólo, el drama que supone para muchos padres quitarle temporalmente el teléfono móvil a su hijo, y de ahí para arriba -estudios, relaciones sociales, responsabilidades familiares, dinero, ropa...-.
Habría que empezar por reconocer que el gran fracaso de nuestra generación adulta ha sido precisamente no lograr transmitirles -no educar- los valores más preciosos de nuestra cultura y civilización. Ni como sociedad, ni como escuela. Se hace necesario, y en estos momentos terribles más que nunca, una regeneración o, como se dice ahora, un reseteo de la educación que impartimos, tanto de la infomal en los procesos de socialización familiar y mediática como de la formal en el sistema educativo. Ojalá, al menos, el sufrimiento del pueblo ucraniano sirviera para sembrar la semilla de esta necesidad urgente, de esta regeneración social, de este reseteo moral y cívico, que hemos sido incapaces de hacer valer en la mayoría de nuestros jóvenes y adultos y que constituye la mejor -quizás la única- garantía de supervivencia de nuestro modo de vida occidental.
Aquí en este blog, cierto, somos más bien pesimistas, o sea, optimistas con datos, y mucho nos tememos que, si el problema no se descontrola aún más, pasaremos de puntillas por las ruinas ucranianas que queden, otra vez, e ignoraremos estas exigencias de regeneración educativa y social. Daremos la espalda a esta necesidad de refundación de valores, sin renunciar a nada, para volver al jijijí jajajá de nuestras vidas cotidianas y seguir peleándonos por estupideces curriculares -qué historia sí, qué historia no, qué matemáticas fuera o dentro, qué valores amañados de turno.
No obstante, también es bueno reírse y bailar, qué duda cabe, ya lo saben si nos leen, pero sabe mejor cuando lo hacemos tras la realización de una reflexión o de un trabajo bien hechos. En esa línea, les dejamos de nuevo con el Sr. Putin, esta vez interpretado -hace años- por el gran Berto Romero, otro visionario, en una entrevista impagable con Andreu Buenafuente.
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