domingo, 6 de marzo de 2022

Guerra y Paz: ¿cómo educar a los jóvenes?

"Tolerancia, tolerancia, palabrita en el mantel, pocos platos se la sirven, muchas bocas a comer. Veintiuno, veintiuno, firmamento del dos mil, en el cielo la paloma va en la mira del fusil".

Sortilegio. Silvio Rodríguez. 1994

 

                    INCOMPETENCIA SOCIAL Y CIUDADANA                     

Cantaba Silvio Rodríguez, hace muchos años, “tolerancia, tolerancia, palabrita en el mantel”. Pues eso nos parece la Educación para la paz que se desarrolla en la mayoría de nuestras escuelas: una inútil y hueca palabrita en el mantel cuando la guerra más despiadada e injusta trata de someter a todo un pueblo por las armas. Esto nos plantea cuestiones no bien resueltas en las prácticas docentes. ¿Cómo se debería educar a los jóvenes para la paz? Y, antes que nada, ¿a qué llamamos paz? Lo decimos porque, en primer lugar, no debería identificarse con un mero deseo que cualquiera firmaría, algo así como que la paz es poco más que el resultado de “ser buenos y llevarnos bien”. Esa no es la clave ni el camino para un programa de Educación para la Paz, sino una engañifa preñada de buenas intenciones, banderitas blancas y palomitas de Picasso. La paz, bien al contrario, es un concepto complejo, dinámico y conflictivo que no se puede identificar ni con la ausencia de conflictos -la paz de los cementerios no es paz sino silencio, y la paz de Putin no es paz sino esclavitud-; como tampoco puede identificarse con la renuncia a defenderse frente a una agresión injusta -el pacifismo hippy (haz el amor y no la guerra) y el pacifismo militante niegan la realidad o huyen cobardemente de ella y del compromiso, no los afrontan-; y tampoco puede ser entendida como resultado de la inacción o la resignación, ya sea cristiana o hinduista, ante el Mal, porque la resignación lleva a la sumisión y a la injusticia, no a la paz. Es bien conocida la frase de que "lo único que se necesita para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada" (atribuida a Edmund Burke).

En segundo lugar, nuestras sociedades democráticas -con todas las imperfecciones que se quieran- sólo entienden la paz si va aparejada con la justicia y la libertad, esto es, como una paz positiva, entendida esta como el resultado de la resolución de conflictos por procedimientos pacíficos de diálogo, debate y búsqueda de acuerdos. Ahora bien, ¿qué hacer cuando estos principios son negados por otros, más allá de tratar de convencerlos y reiterar nuestros argumentos? ¿Qué hacer cuando ya no valen las palabras y la esclavitud o la muerte planean sobre nuestro modo de vida y ponen en cuestión nuestra existencia misma? ¿Debemos educar, entonces, a los jóvenes para que bajen las manos, no hagan nada, se rindan y se resignen? ¿Eso es educar para la paz? 

Entendemos que en ningún caso, porque, ¿en qué terrorífica distopía nos encontraríamos hoy si no se hubiera combatido a la Alemania nazi o al Japón imperial? ¿Cuántos pueblos y colectivos -judíos, chinos, gitanos, discapacitados, homosexuales, opositores...-, habrían desaparecido por completo?, ¿cuántos millones de personas habrían sido torturadas y asesinadas a lo largo de los años por un régimen de terror? o ¿qué hubiera ocurrido si EEUU se hubiera desentendido del conflicto armado y no hubiera ayudado a los aliados en la II Guerra Mundial?

En tercer lugar, ha hecho mucho daño en la sociedad esta versión naif, infantiloide, que sobreentiende que la paz que disfrutamos no necesita defenderse de las agresiones que la circundan para poder sobrevivir; como si nuestro modo de vida, nuestra cultura democrática no tuviese enemigos poderosos, como si el Mal no existiera en la Tierra. Este bobo ensimismamiento europeo, que da por sentado que nuestro modo de vida en libertad y justicia será aceptado -sin oposición alguna- por el resto de los pueblos, ha inoculado en la ciudadanía una sensación de seguridad peligrosa por irreal, esto es, que no es necesario mover un sólo dedo para defenderlo, que no hace falta luchar -sólo dialogar- para conservar nuestros derechos, nuestros procedimientos políticos, nuestros principios éticos. Una enorme equivocación que estos días, por desgracia, nos ha estallado como un sonoro bofetón de realidad.

En la Educación para la paz que se dirige a los jóvenes hay que diferenciar qué es una cultura dispuesta a promover la paz entre los pueblos, el acercamiento y el respeto entre culturas diversas, frente a una cultura suicida dispuesta a inmolarse en el altar de un pacifismo ignorante, pero bien acogido por cierta izquierda (?) como una especie de religión-camiseta que clama por la objeción de conciencia si hay que defenderla con armas. Una concepción flower-power del devenir humano que niega que el Mal, la opresión o la locura existan realmente, y que si no la refutamos puede acabar, no sólo con nosotros, sino con la humanidad entera. 

Para acabar. La Educación, en su mejor sentido, no es simplificar los problemas u ocultarlos, sino -como dijo Bruner- ser capaces de trabajarlos con los alumnos y alumnas de cualquier edad sin traicionar su complejidad. No se trata de entontecer a los jóvenes con recetas facilonas, con canciones infantiles, con respuestas acabadas y simples, como se viene haciendo desde hace décadas y a todos los niveles, sino de ayudarles a comprender el complejo mundo al que se incorporan y la preguntas que aún no tienen respuestas unívocas ni claras. Guerra y Paz son conceptos complejos, pero son claves para entender nuestra historia y nuestra realidad. Las palomitas de Picasso, bien serigrafiadas en camisetas, bien pintadas en vasitos de cerámica, quedan muy monas, pero idiotizaremos a las nuevas generaciones si no somos capaces de ir más allá y enfrentarles a la dialéctica compleja e inacabada que supone la lucha del Bien frente al Mal. Creemos que ahí está la clave de cualquier programa de Educación para la Paz en la escuela, y no en un conjunto de homilías sesgadas y con trampa más propias de un folleto parroquial para niños.

En estos momentos terribles por los que pasa el pueblo ucraniano, así como frente al miedo y la desazón que se esparcen por toda Europa estos días, queremos brindarles un paréntesis de belleza y bondad. El popular cantante Sting interpreta una maravillosa y oportuna Canción de ayuda a Ucrania. Compártanla.


                      
                     

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