martes, 27 de julio de 2021

Pensar por uno mismo: educar para la autonomía moral e intelectual


El tonto colectivo se refugia bajo el término ideología (...) La ideología les facilita un código a todos aquellos que son incapaces de construirse el suyo propio. (J.C. Ruiz. Filosofía ante el desánimo. Pág. 174. Ed. Destino. 2021)


                     INCOMPETENCIA DE APRENDER A APRENDER                    

Terminamos este mes -dedicado a cuestiones filosóficas relacionadas con la educación- con esta entrada dedicada al que debería ser el objetivo esencial de todo proceso educativo: la autonomía moral e intelectual del que aprende. Para muchos, desde principios del s. XX -e incluso antes-, resulta una obviedad que educar consiste en enseñar a pensar y actuar por sí mismo, pero la realidad educativa dista mucho de ser así. Si pasamos de los ampulosos preámbulos de las leyes educativas, más falsos que los billetes del Monopoly, el objetivo oculto -pero efectivo- de sistemas educativos como el nuestro no es otro que el de "domesticar" el pensamiento y la conducta de los alumnos en una única dirección. Otros lo llaman "socializar". En realidad, la escuela de hoy está bien lejos de promover eso que llamamos la capacidad de pensar y actuar por uno mismo, de aprender a aprender. El sistema no desea personas que piensen sino que obedezcan y sean fácilmente manipulables.

Así como la arquitectura industrial de los centros educativos está pensada para la producción en serie de un producto previamente homologado, la estructura comunicativa unidireccional de las aulas está pensada para promover la obediencia al modelo oficial y la reproducción -también en serie- de un modo cerrado -academicista, cuadriculado- de conocer el mundo. Muchos docentes no son plenamente conscientes del mismo, ya que al sistema le basta con que sean los instrumentos necesarios para llevarlo a cabo, sin ir más allá. Ya saben, el docente es el único ser vivo que nunca ha abandonado la escuela y, por tanto, no puede darse cuenta del agua en la que ha vivido siempre. Porque un pez sólo se da cuenta del agua cuando lo sacamos fuera de ella. 

Estos seres vivos, estos peces docentes, son una especie curiosa de adaptación a un tipo muy singular de ecosociosistema: la institución escolar. Podríamos hablar, con cierto humor, de que los docentes son, por ello, personas que presentan una clara anomalía social y personal: probablemente la dificultad de comportarse como adultos al vivir siempre rodeados de jóvenes, o la de asumir su edad con los años, o la de tener una visión simplificada -adolescente- de las relaciones sociales, o la de mantener aún ensoñaciones juveniles, puede ser. Pero lo que nos interesa con respecto a esta entrada, esto es, su capacidad profesional de enseñar a pensar por uno mismo, de enseñar a otros a actuar éticamente según un criterio propio, les será difícil de alcanzar. Y no hablamos, otra vez, de la falta de una apropiada formación para poder hacerlo, que también, sino por el hecho de que los "peces" no pueden enseñar a volar.  

El currículo oficial no es sólo un papel, una ley escrita, un rollo macabeo que hay que cumplir. Es un modo de entender el mundo, un modo de entender la educación y un modo de situar a la persona en ese mundo y cómo pensar y actuar en él. No es baladí, por tanto, que los enseñantes tengan dificultades para enseñar a pensar a las nuevas generaciones ya que les cuesta ver más allá de la escuela que han conocido desde niños y que nunca han abandonado. Necesitarían salir de ella -cognitiva y emocionalmente-, pensarla desde fuera, para, primero, reconocer que son "peces" y, segundo, para comprender que los niños y niñas que les tocan cada año no tienen por qué serlo. De hecho no lo son cuando entran, no son peces ni probablemente quieran serlo. Y muchos no querrán nadar sino volar, correr, pasear, respirar. 

Esta en nuestra forma, quizás algo cursi, de entender que la autonomía intelectual y moral de nuestros jóvenes requiere un currículo que no sea sólo para "peces" sino para todos los seres vivos; requiere unos docentes con diferentes visiones y que provengan de un mundo plural y rico, unos centros educativos que no sean cárceles ni fábricas sino espacios abiertos multitarea y una organización que no sea militar ni empresarial, sino humana, creativa, curiosa y flexible. 

No necesitamos ideologías -entendidas como mitologías estáticas (J.C.Ruiz)- que nos separen y enfrenten al presentar una visión cerrada y reduccionista de la complejidad de la vida. Franz Kafka decía: "un idiota es un idiota, dos idiotas son dos idiotas, diez mil idiotas son un partido político". Por el contrario, necesitamos una generación de personas, sólo una, con la capacidad de pensar y actuar éticamente de manera autónoma. Este es el enorme reto que tenemos por delante los educadores, la ciudadanía toda, en este s. XXI que recién hemos iniciado. El enorme reto, la revolución en realidad, de que docentes "formados" y "criados" en un sistema educativo obsoleto sean capaces de alumbrar una nueva era educativa. Necesitamos un milagro.

En esta línea, finalizamos de nuevo con el filósofo J.C. Ruiz presentando una entrevista que versa sobre la toma de decisiones, las redes sociales y la educación del pensamiento crítico. No tiene desperdicio. Feliz verano.


                      

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